Este
verano ha empezado bravo con el asunto de los rescates en la montaña, y va a ir
a más. La Guardia Civil trabaja sin descanso y los medios de comunicación se
hacen eco de la situación todos los días.
Las
causas de esto las tengo muy claritas hace ya tiempo, y por eso sé que no hay
solución posible. Y sé también que cuando se decidan a darla lo harán de tal
manera que pagarán justos por pecadores, como pasa siempre, lo que no será
realmente solución.
Se ha
perdido el respeto a la montaña, sería una frase que resumiría lo que está
sucediendo, pero que no es operativa sin ir más allá y buscar qué es lo que ha
hecho que se le pierda el respeto.
La
masificación del turismo de montaña, provocada por una publicidad exagerada e
innecesaria que impulsa a muchísima gente a ir sin saber a dónde va, ni a qué
va, ni por qué va, es la primera causa.
También
hay quien sabe a qué va. A un polideportivo o a un parque de atracciones donde
todo está permitido. Y el problema es que no lo es; ni una cosa ni la otra. Las
BTT y las carreras están detrás de esto. La montaña, y más aún la alta montaña no son un polideportivo ni un parque de atracciones. A ver quién pone el cascabel a este
gato.
Sucede también que ante tan desmedida afluencia de una mayoría no preparada para ir a la montaña, se prepara a la montaña para la gente. Pero las exigencias del terreno y el clima son lo que son; sin contar con las propias limitaciones a menudo distorsionadas. Todo esto supone para más de uno una auténtica trampa.
Porque,
y es otra causa, vivimos en la época de ese eslogan ridículo y falso de que tú
quieres, tú puedes. Esto es verdad solo a veces, y en la montaña también solo a
veces. ¿Y cuando no es así?
Tampoco
hay que olvidar la vanidad que está detrás de muchos accidentes. Ir al Aneto o
al Monte Perdido para luego decir que he estado allí, porque suena muy bien.
Eso no es hacer montaña ni ser montañero. Es pura tontería que puede ser además
peligrosa.
Hubo
una época, que afortunadamente viví, en que en la montaña solo había montañeses
y montañeros. Y campamentos juveniles, no hay que olvidarlos. Los unos estaban
en su tierra, los otros la habían descubierto y la amaban, y en los campamentos
nos iniciábamos en ese amor los que no habíamos nacido allí.
Tampoco
éramos demasiados, y para todos, la montaña era un mundo soberbio, salvaje, que
nos infundía respeto y nos llenaba de admiración. Pero tristemente pasó lo que
el ilustre pirineísta Henry Russell dijo que pasaría.
Cuando un rincón de la naturaleza se descubre, los Pirineos, primero se da a conocer. Cuando lo conocen demasiados, se vulgariza. Y cuando se vulgariza, se destruye. Y no solo la montaña, sino algunos de los que se acercan a ella. Porque si rompemos el ecosistema nos rompemos nosotros con él. Y es lo que está pasando.
¿Significa esto que no tiene todo el mundo derecho a disfrutar de las montañas como le plazca? ¿Cómo negar este derecho? No se puede negar, evidentemente, pero sí podríamos quedarnos en el conocimiento y evitar la vulgarización y por consiguiente la destrucción, evitando así además la mayoría de los accidentes.
En una
próxima entrada expondré lo que pienso que se podría hacer si estuviéramos en
el País de las Maravillas de Alicia.

No hay comentarios:
Publicar un comentario