Cuando
hoy salía de la iglesia, entre aplausos, hacia la luz del sol de la tarde, el
cuerpo, ya sin vida, de don José Ramón, he tenido un pensamiento que me ha dado
paz.
Lo
pensaba despidiéndose del pueblo, de la gente que le aplaudía, con su sonrisa,
yendo feliz, libre de cualquier dolor, de cualquier sufrimiento, al encuentro
del Padre. El tañer de las campanas, esa luz de tarde del verano, el calor de
la gente, quedaban ya para él atrás, y era a la vida, a la Vida, a donde
entraba. Y un Padre que ama, que perdona, que abraza, era quien le estaba
esperando.
Esa es
nuestra fe. ¡Y qué gran dicha creer de verdad que es el Amor, que es la Vida,
quienes tienen la última palabra! Es muy distinto el paso de los años desde
esta esperanza.
Y en
esta esperanza creo que vivió toda su vida, y su muerte, don José Ramón. Y de
esta esperanza creo que sacó su humildad, su discreción, su sencillez, su vida
austera, entregada a su parroquia, a la gente, sin distinción alguna.
Desde
que hace diez años le conocí, me llamó la atención, primero que todo, su forma
pausada de hablar, me inspiraba paz. Después, su exquisito respeto hacia la
gente; parecía como si le diera miedo molestar. Más tarde, no mucho más tarde,
capté esa sencillez, esa humildad, esa vida austera a las que he aludido y que
tan bien ha expresado Juan, hoy, al acabar la misa.
Y
también quiero decir de don José Ramón, a don José Ramón, que abrió unas
puertas en nuestra vida aquí en el pueblo, que en algún momento pasado se cerraron, por las que volvió a entrar el aire, un aire
que nos vivificó, y de eso siempre, siempre le estaremos profundamente
agradecidos.
Estábamos
ayer en Roma, en la plaza de San Pedro, cuando nos enteramos de que su partida
era inminente. Y esta mañana, una mañana
fresca, casi fría, y gris, nos hemos despertado con la noticia de que ya no estaba
entre nosotros y con la del horror de lo ocurrido esta pasada noche en Niza.
Ha
sido una mañana triste, como era el cielo romano hoy, un cielo que parecía acompañar
a los acontecimientos. Y es entonces cuando buscas en la esperanza en el
triunfo definitivo del amor y de la vida, la fuerza para poder seguir viviendo
con alegría y en paz.
¡Gracias don José Ramón
por su vida entre nosotros!
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