Como
decía en una reciente entrada, alrededor de las montañas, y en ellas, se ha ido
tejiendo una parte importante de nuestras vidas. Y esto, entre otras muchas
cosas, pensaba el pasado ocho de julio.
Estábamos
en Benasque, con nuestro amigo José Luis, que celebraba el 50 aniversario de su
ordenación, sus bodas de oro. Una bonita excursión, la eucaristía en la iglesia
del pueblo y una buena cena en el hotel Ciria, donde estábamos hospedados, fue
lo que hicimos aquel día.
Hacía
solo tres años que se había ordenado cuando lo conocí, en un campamento, en
Albarracín. Recién estrenados los veinte y treinta respectivamente, trabajamos
juntos en la parroquia de San Miguel y san Sebastián, surgiendo allí una
amistad para toda la vida. Amistad que tuvo un punto de arranque en un momento
muy concreto que recuerdo nítidamente, cuando aún no hacía un año que nos
conocíamos.
Planteé
hacer el campamento de verano en los Pirineos. En aquellos años, los Pirineos
no eran lo que son ahora. Ni las carreteras eran como las de ahora, ni la infraestructura con la que contábamos
era, ni de lejos, como con la que podríamos contar ahora. Además, el poder
adquisitivo de los niños de la parroquia era más bien medio o bajo. El proyecto
era ambicioso, casi imposible. Parecía un sueño.
Un día
estaba yo leyendo en la terraza del piso donde vivía, cuando vino José Luis y
me dijo, ¿Tú crees de verdad que es posible ir tan lejos, y tanta gente,
(alrededor de 50) y tantos días (15)? Le dije que sí. Y su respuesta fue, pues
vamos allá.
Aquella
confianza en un joven de veintiún años me dio la fuerza necesaria para lanzar
el proyecto definitivamente. E hicimos el campamento, y salió muy bien. Y
repetimos en años siguientes. Además nos llevó a ambos a los Pirineos, a los
que nos quedamos “enganchados” de por vida.
Sólo
tres años estuvo en la parroquia, pero la amistad siguió, convirtiéndose además
en algo así como el “cura de la familia”, con todo lo que eso significa. Y en
un gran amigo para Isabel y para mí.
Por todo
esto y mucho más, toda una vida con las montañas como telón de fondo, cuando el
pasado ocho de julio celebramos con él sus bodas de oro, pudimos dar gracias a
Dios, en una misa en la parroquia de Benasque, por su presencia en nuestras
vidas, andar juntos por las montañas que tanto queremos y celebrarlo por la
noche con esos buenos amigos que son la familia Ciria.
Todo
un lujo.
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