En
muchas ocasiones la naturaleza te da inesperadas y agradables sorpresas;
también la naturaleza domesticada de un jardín o una terraza. Sorpresas que,
para quien tenga los ojos bien abiertos, encierran en ocasiones mensajes que te
llevan a interesantes reflexiones.
De una
de estas sorpresas voy a hablar, y de la reflexión a la que me condujo.
Tenía
en la terraza una planta crasa que creo que es la más vieja de todas las que
hay en casa. La tenía en un rincón y no le prestaba ninguna atención. Es
grandota y desgarbada, con hojas pequeñas y carnosas. Los gorriones gustan de
posarse en sus ramas, que a veces rompen, por lo que a su alrededor siempre
está sucio.
Muchas
veces he tenido la tentación de tirarla, pero más por los pajarillos que por
ella, la he mantenido allí, sin riego, ni abono, ni poda. Abandonada a su
suerte. Arrinconada y olvidada ha estado durante años, como posadero de
gorriones. Nada esperaba de una planta tan vieja, desgarbada y fea.
Hace
unos días estaba sentado, leyendo cerca de ella, y como siempre ni la miraba,
más atento a los rosales, los geranios, el olivo, la higuera llena ya de higos,
las adelfas en flor, espléndidas, los limoneros cargados de frutos…
Me llegó un aroma dulce, suave y agradable que no identifiqué. Buscando su origen la descubrí. Estaba en su rincón cubierta de flores, envuelta en abejas, convertida en la más hermosa de todas las que tengo.
Marginada,
ninguneada, olvidada en un rincón durante años, siendo además la más vieja de
la casa, con la poca lluvia de estos días pasados, nunca la regaba, estalla en
una fiesta de aroma y color convirtiéndose sin duda en la reina de la terraza.
Y yo
que tantas veces estuve a punto de tirarla, que pasaba de ella, que ni la veía,
y mira cómo me lo paga. ¡Qué regalo inesperado! ¡Qué lección de vida! Si las
plantas escucharan nuestra voz le hubiera pedido perdón desde lo más hondo de mi mismo. Le hubiera dado las gracias por el regalo que supone, no solo su belleza,
sino lo que su gesto significa. Y le hubiera dicho que aunque no vuelva a
florecer nunca más, siempre tendrá un rincón en casa.
¡Cuántas
veces hacemos esto que yo hice con ella con las personas que nos rodean!
¡Cuántas veces se nos olvida que “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular!” Sal. 118.22.
Sí,
así como desechamos a Jesús, seguimos desechando a nuestro alrededor, a modo de
arquitectos, muchas piedrecitas que podrían ser piedra angular de hermosos
edificios que nunca serán.
Ya veis la plantita, todo lo que me ha dicho desde su rinconcito en la terraza. ¿Cómo no voy a estarle agradecido por su belleza y por su mensaje?
106 litros en 278 días.
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