El 17 de mayo
de 2018 publiqué una entrada sobre esas macrofiestas que se montan para hacer
negocio, con los alumnos cuando acaban 4º de secundaria y después cuando acaban
bachiller.
El 2 de junio
de 2019 la volví a publicar tal cual porque releyéndola entonces creo que
expresaba perfectamente mi forma de ver el asunto y el de mucha más gente.
Hoy, 9 de
junio de 2024 vuelvo a publicarla por tercera vez porque creo que eso hay que
decirlo, diría mejor, denunciarlo, y bien alto, aunque sirva para muy poco.
Aunque sea una voz clamando en el desierto.
Pero en esta
ocasión quiero añadir un breve apunte. Desde muy niños, aquí en Ribarroja, con
el beneplácito de familias e instituciones, se les orienta en esa dirección año
tras año. Ese tipo de fiesta, cuyos tristes ejes todos sabemos cuáles son, ya
no les resulta ajena cuando acaban 4º o 2º BAC. Y nada pueden hacer los padres
que saben educar, no todos saben, y los colegios e institutos que intentan
hacer algo más que dar clase.
Quien tenga
oídos para oír, que oiga.
Un año más
vamos a asistir impotentes al triste espectáculo de ver a nuestros alumnos
sumergidos en el absurdo que supone esa macrofiesta al acabar 4º, y ese viaje
masivo al término de bachiller.
Ante esto hay
que dejar varias cosas muy claras. La primera es que los institutos nada tienen
que ver con estos montajes, aunque a veces los alumnos mientan diciendo que es
cosa del cole y haya padres que se traguen la bola.
En segundo
lugar hay que tener también claro que la organización de estos eventos corre a
cargo de empresas privadas que obtienen de ellos sustanciosos beneficios.
En tercer
lugar también hay que saber que las condiciones de traslado de los chavales, en
ocasiones recuerda al trasporte de ganado. Yo he visto llenar un autobús interurbano
de alumnos de 4º. La mayoría de pie y lógicamente sin cinturón de seguridad.
En cuarto
lugar es importante conocer la realidad de lo que allí hacen o pueden hacer.
Quien quiera creerse que son fiestas light, de música y cocacola o fanta, es
muy libre de creérselo. Incluso habrá algún padre de esos de “mi hijo no me
engaña” que se creerá que empiezan rezando el rosario y acaban con un
padrenuestro por las morsas de Madagascar, si el mozalbete así se lo explica. Y
no digo más porque a buen entendedor, pocas palabras bastan. Y a mal entendedor
para nada sirve hablarle.
Por esto animo
a que los padres se enfrenten sin miedo a sus hijos menores de edad y les
digan, ¡no, tú no vas a esa fiesta! Admiro a los papás que lo hacen. Admiro a
los pocos alumnos, los raros, que dicen, yo a eso no voy ¡Difícil y valiente
decisión para un alumno de 4º de secundaria!
Y con los
mayores de edad, poco pueden hacer los padres que no lo hayan hecho ya. Ahí han
de ser ellos, los jóvenes, los que decidan qué hacer con su vida. Por eso
admiro a los pocos que al acabar bachiller se van a un concierto a alguna
ciudad más o menos lejana, se hacen una ruta en tren por Europa, o se montan un
viaje de aventura, mochila a la espalda, y no se hunden en ese quemadero de
dignidad y valores en el que se hunden casi todos.
Y yo, como
educador, que junto a mis compañeros he intentado enseñarles qué es la
verdadera libertad, hacerles conscientes de su dignidad; que he intentado
desarrollar su capacidad crítica y ayudarles a que encuentren un sentido a su
vida, siento en lo más hondo del alma verles caer en ese pozo de miseria y
estupidez.
¡Qué forma más
triste de acabar la secundaria, de acabar el bachiller! ¡Qué desolación como
educadores! Es cierto que en la mayoría de los casos el asunto acabará ahí, y
no pasará nada. Pero, ¡qué triste acabar así!
Yo ya no puedo
hacer más de lo que he hecho. Ahora sólo me queda no pensarlo, no pensarlos en
esa fiesta estúpida al acabar 4º, ni en ese viaje absurdo al acabar bachiller.
No pensarlos allí, no imaginarlos allí, porque me duele. Y esperar que salgan
indemnes de una experiencia que ninguna falta les hace.
88 litros en 271 días.
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