Diez
días de silencio bloguero. Hoy, un buen amigo me ha preguntado si pasaba algo.
No, no pasa nada y pasa mucho. He enmudecido por varias cuestiones, ninguna
grave, todas importantes.
Pero
de entre todas quiero hacer mención especial de una de ellas que es la que me
llevó a tomar la decisión de “descansar del blog”. Empezaba a resultarme
“importante” el número de visitas que recibía. Y eso no me gustó. Temía que
empezara a preocuparme el agradar, y eso me quitaría libertad y ahogaría la
creatividad.
Escribo
porque me gusta, porque me sirve para aclararme las ideas, porque me complace
compartir experiencias y pensamientos, porque me desahoga, porque creo que lo
que escribo puede serle útil a alguien. Lo demás está de sobra.
No
puedo negar que agradezco los comentarios vía internet o personales que recibo, y que he echado de menos la ausencia de ellos en algunos casos muy concretos. Pero no puede ser la guía y el objetivo del blog la búsqueda de estas
recompensas. Sería traicionarme a mí mismo.
Sí, debo romper el silencio. Mañana entra el invierno y quiero recibirlo. Mañana
nos jugamos el futuro en Cataluña y quiero hablar de ello. Durante estos días han pasado cosas
que me ha costado no comentar; las comentaré. Y se acerca la Navidad. Debo
romper el silencio.
Ya lo
he roto.
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