Como si fueran niños. |
Me ha pillado la hora de comer en un
pueblo perdido en esas montañas increíbles y poco conocidas entre las que
discurre el Júcar cuando se acerca al mar. Buena comida, mejor atención y un
calorcillo que he agradecido.
Sentado de espaldas a la tele, como suelo
hacer, he encontrado pronto cómo amenizar la comida, ya que iba solo.
Justamente, a mi lado, seis jubilados hablaban con voz potente de sus aventuras
con las bicis, y he puesto la antena; aunque no hacía falta, pues se les oía en
todo el comedor.
Simpaticones. Los 65 los pasaban todos, y
alguno ampliamente. Eran de la Ribera, pues su forma de hablar el valenciano y
el castellano lo dejaba muy claro. Esas os y es abiertas hasta el límite de lo
posible y esa especie de música de fondo que tienen cuando hablan, me resultaba
muy agradable. Era el valenciano del pueblo, sin afectaciones academicistas y
con un permanente aderezo de castellano, sin vergüenza, sin complejos. ¡Hermosa
fusión de dos lenguas!
He de reconocer que me sorprendía los
sitios por lo que se meten; reconocí alguno de los que hablaban. Y esto, unido
a su constante y entusiasta puesta en común de aventuras pasadas y proyectos
futuros, siempre con la bici por el medio, me hizo ver en ellos una segunda juventud.
Y la disfrutaban a tope.
Disfrute que creo llegó al éxtasis cuando
les sacaron una enorme paella con un gazpacho manchego; ¡qué pinta
tenía!… Había que ver sus caras. El buen guisado de carne que me estaba
comiendo palideció ante el espectáculo. Además de aperitivo se habían
metido entre pecho y espalda unas impresionantes lonchas de jamón de jabalí.
-Llegaremos al coche de noche aunque
vayamos por el camino corto, decían. -Y cuando se vaya el sol…, y se reían. De
verdad que eran la imagen misma de la felicidad mientras comían con auténtica fruición.
Los dejé con el “cremaet”. Y pensé, yo he
comido bien pero voy en moto, sin embargo ellos, después de una comida así,
coger la bici… ¡Juventud! Cosas de la juventud más allá de los 65.
La verdad es que me amenizaron la comida,
y deseé que les durara mucho todavía ese vigor, ese entusiasmo, esa capacidad
de “sufrir” y de comer muy, muy bien, para volver a “sufrir”. Y acabar siempre
tan contentos.
Y los imaginé llegando al coche, que no sé
dónde diablos lo tendrían, de noche, cansados, helados, pero satisfechos,
diciendo, -¡che, ha sigut bonica la ruta! ¿Quan tornem a quedar?
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