Salí
hace algún tiempo una tarde día gris y fría, de esas en las que te quedas más a
gusto en casa, pero el monte me tiraba, y haciendo un esfuerzo, no excesivo, acabé
caminando por los montes de Liria.
Sí,
era una tarde cenicienta y mustia, como diría Antonio Machado en el poema que
comparto a continuación y que aquel día me vino a la mente.
Es una
tarde cenicienta y mustia,
destartalada,
como el alma mía;
y es
esta vieja angustia
que
habita mi usual hipocondría.
La causa
de esta angustia no consigo
ni
vagamente comprender siquiera;
pero
recuerdo y, recordando, digo:
-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
*
Y no es
verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres
nostalgia de la vida buena
y
soledad de corazón sombrío,
de
barco sin naufragio y sin estrella.
Como
perro olvidado que no tiene
huella
ni olfato y yerra
por
los caminos, sin camino, como
el niño
que en la noche de una fiesta
se
pierde entre el gentío
y el aire
polvoriento y las candelas
chispeantes,
atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así
voy yo, borracho melancólico,
guitarrista
lunático, poeta,
y
pobre hombre en sueños,
siempre
buscando a Dios entre la niebla.
Es
triste el poema. Esa angustia vital de quien, como el poeta, busca la luz que de
ella le libre, es para él vieja conocida. Dice “sí, yo era niño, y tú, mi
compañera”.
Es
nostalgia de la vida buena, soledad, barco sin naufragio, pero sin estrella, navegando
por el ancho mar sin destino, como el niño perdido en la fiesta, o el perro olvidado,
sin olfato y sin camino.
Cierto
es que a veces nos encontramos andando los caminos sin camino, navegando sin
estrella, perdidos en el gentío, como envueltos en la niebla.
Pero
aquella tarde me reservaba una sorpresa. Cuando ya creía que se disolvería en
la noche, que el gris, oscureciéndose, se tornaría negro, más allá de las
montañas de poniente el horizonte se iluminó, y un haz de luz surgió casi de
repente.
El
cielo se abría y rota la niebla surgía un camino en la tierra, una estrella en
el cielo. La tarde cenicienta y mustia no se consumió en la noche, la luz se
interpuso.
Entonces
pensé en el último verso del poema, “siempre buscando a Dios entre la niebla”.
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