Esta tarde hemos enterrado a Vicente Folgado. Cuando
ayer, a última hora del día me llegó la noticia de su muerte, se me agolparon los
recuerdos y se me agrandó ese sentimiento de gratitud que siempre le he tenido.
Porque Vicente ha sido una persona muy importante en
mi vida, tan importante que de no haberse cruzado en mi camino sería otro, no
sé quién, pero otro.
Nos conocimos en un pueblecito de la Sierra Calderona ,
Segart, una mañana, no recuerdo de qué mes, en unas convivencias del, por aquel
entonces, Movimiento Junior de Acción Católica. Estaba él entonces de vicario
en la Parroquia
de Los Ángeles, en el Cabañal.
Tras aquel encuentro llegaron otros, y con el paso del
tiempo acabó siendo él primer Consiliario de Juniors MD y yo primer presidente.
Fue aquella una hermosa etapa de mi vida. Trabajamos mucho, recorrimos la
diócesis de norte a sur y de este a oeste. Reuniones, también papeleos, convivencias,
visitas, charlas… Organizamos Días Junior vicaría por vicaría, hasta acabar en
un encuentro Junior de todos los centros de la diócesis en la Catedral de Valencia,
presidido por el Sr. Arzobispo, Don Miguel Roca.
Trabajando junto a él aquellos años, descubrí su Fe
recia, alejada tanto de sensiblerías como de intelectualismos, centrada en
Jesús que le impulsaba a una entrega permanente e incondicional a los demás. Y
descubrí también su profundo cariño a María a la que nunca olvidaba…a veces me
recordaba al niño que cuando está cansado y le vence el sueño busca a mamá.
Y sucedió que en el “cole” de la parroquia de
Ribarroja, su pueblo, al que quería muchísimo, hubo una vacante y recuerdo, sí,
lo recuerdo como si fuera ahora, me ofreció ocuparla como quien ofrece una joya
muy preciada a alguien de quien se fía. Había hablado para ello con el cura párroco, Don Ismael
Roses, con su gran amigo Don Rafael Calatayud, vicario por entonces y con el
director Don Salvador Silvestre. Aquello me honró. Acepté y me vine a vivir
como siempre había querido, a un pueblo.
Recuerdo la primera vez que vine, por la carretera de
Manises, cuando se vieron por primera vez las torres de la iglesia, con qué
orgullo, con qué cariño por su querida Ribarroja me dijo “Mira, ahí está mi
pueblo”.
El tiempo pasó. Primero él y luego yo dejamos los
Juniors. Yo seguí aquí. Él fue a Enguera, Ibiza, luego allende los mares…a
Lima. Y sé que siguió trabajando incansable, entregándose a los demás. Los
niños en el Junior, los jóvenes en la orientación vocacional, los más
necesitados de aquí o de allá, daba igual. Lo importante eran siempre los
demás.
Por todo esto, hoy, en la eucaristía en la que le
hemos despedido, le he agradecido profundamente todo lo que me ha dado. Pero ahora, quiero acabar estas letras dirigiéndome a él porque mi Fe así me lo permite.
Quiero agradecerte, Vicente, a la mujer de mi vida,
Isabel, que conocí en tu querida Ribarroja. Quiero agradecerte tantos amigos que
aquí he encontrado, a los que quiero y que me quieren. Quiero agradecerte mi ya largo trabajo en el “cole”, duro a menudo, pero lleno de momentos de gozo y de
sentido. En suma, quiero agradecerte mi vida entera.
Nada de todo esto hubiera sido si tú no te hubieras
fiado de mí y me hubieras dado ese regalo que un buen día, hace ya tantos años,
me diste. Sólo espero, al final, haber sido digno de él y de tu confianza en mí.
Recuerdo Vicente, que un día, ya hace tiempo, cenando
en casa, nos decías a Isabel y a mí, hablando de Lima, que durante meses una
gruesa capa de nubes la cubre, no llueve, pero no se ve el sol; sin embargo, si te alejas de la costa y sales a las montañas que rodean la ciudad, el sol
brilla en el cielo azul de los Andes.
Me gusta pensar que has atravesado ya esa capa de
nubes para siempre, y que gozas, no ya de un cielo y un sol que pasan, sino de
la luz y de la vida para siempre.
Gracias por recordar con tanto cariño a nuestro querido párroco, Vicente Folgado. Lo extrañaremos mucho.
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