Hace
hoy noventa años que naciste, mamá. ¡Feliz cumpleaños, y feliz día de tu santo! Es hoy, para nosotros, un día grande. Un
día de alegría y agradecimiento. De agradecimiento porque es mucho lo que te
debemos. De alegría porque sigues entre nosotros.
Sí,
es un día de agradecimiento, de gratitud. Te debemos el habernos regalado la
vida, junto al papá, tu esposo. Te debemos el habernos entregado la tuya sin
reservas, el haber sabido crear una familia de amor en libertad. El haber sido
un ejemplo de fidelidad al hombre que quisiste y a los hijos que con él tuviste,
Paco, Lourdes y yo.
Es también un día para agradecer a tu hija Mari Lourdes la entrega con la que te acompaña
desde que el papá marchó a la Casa del Padre, una entrega total y sin
condiciones.
Y
también es día para darle gracias a Dios por el inmenso regalo que has sido
para nosotros, mamá, como lo fue el papá. Por haberte permitido conocer a tus
bisnietos, con todo lo que eso significa. Por poder estar, de aquí un rato,
celebrando todos juntos la eucaristía, sabiendo que en esos momentos, de un
modo cierto, aunque no lo entendamos, estará el papá, al que tanto quisiste, a
quien tanto quisimos, también entre nosotros.
Sí,
quiero compartir está mañana nuestra alegría por tu presencia. Por el
testimonio de una vida de amor, de entrega, de fidelidad, la tuya. Porque
puedes seguir mirando al futuro en paz y mirar atrás con la infinita
satisfacción del deber cumplido.
Gracias
mamá.
Gracias
Señor.
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