Mi tía Julieta, ante el carro en el que tantas veces anduve por aquellos caminos. El carro está en el museo del pueblo. |
Recién
llegado de mis vacaciones “blogueras”, quiero empezar dedicándole esta entrada
a mi tía Julieta, de Fuente la Higuera. Me llegó la noticia, estando en los
Pirineos, de que había fallecido pasados los 90 años, en Almansa, poco después de que, dado su estado de salud, fuera
trasladada allí a una residencia.
La
tía Julieta, en sentido estricto, no era tía nuestra, pero siempre lo fue. Ella
y su hermano Ignacio, que aún vive. La tía Julieta fue novia de mi tío Paquito,
hermano de mi madre, que murió de tuberculosis el mismo día que acabó la
“mili”. Ya nunca se casó, y la relación que se hubiera “legalizado” en la boda
quedó establecida entre las dos familias por el afecto y su permanente
fidelidad a él más allá de la vida y de la muerte.
Los
dos hermanos, Ignacio y Julieta, ambos solteros, vivieron toda la vida en su
casa de Fuente la Higuera. Su casa fue nuestra casa siempre que íbamos al
pueblo, hace muchos años, en trenes con locomotoras de vapor. Y siguió siéndolo
en la era del 600, y hasta hace unos meses, en que aquella casa ya mostraba,
como ellos, las huellas del paso del tiempo.
Ya
he dicho en otras entradas que Fuente la Higuera es mi Moguer, y mi tía
Julieta, mi tío Ignacio y su casa, el alma de ese Moguer. Allí viví mis
primeras experiencias de lo que era la vida rural. Y cuando descubrí Platero y
yo, en cada capítulo estuvieron presentes, desde el principio, Fuente La
Higuera y mis tíos.
El
carro entrando por la casa hasta el corral, el burrito, llamado también
Platero, el macho. Ese carro en el que íbamos a la caseta de El Poblet, con sus
pinos de redonda copa y su aljibe de agua siempre fresca, por aquellos caminos,
entre cereales y viñedos. Las gallinas y los cerdos. El maíz y las almendras en
la andana. Los carros cargados de uva en la vendimia, en aquellos septiembres entonces
fríos. El olor del lagar y de la almazara…
Y el
día de la fiesta mayor, en septiembre, salíamos de allí, de aquella casa, todos
guapos, a la misa mayor; tañido de campanas y mascletá a las dos de la tarde,
olor a pólvora y aperitivo en el bar. Paellas o gazpachos para comer. La comida aquel día era sonada. Luego, al
atardecer, a la procesión. Y las danzas, por la noche en la plaza, con mi tío
Vicente andando nervioso y feliz de un sitio para otro…
En
todos estos entrañables recuerdos está y estará presente mi tía Julieta. Sé que
ella me quiso mucho y yo a ella, aunque el devenir de la vida nos aleja a
menudo de personas que han sido la masa viva con la que se ha ido construyendo
nuestra vida. Y a esas personas hay que reconocérselo y agradecérselo.
Por
esto quiero agradecer a mi tía Julieta la presencia de su vida en la mía, y
quiero alegrarme pensando y creyendo que, después de tantos años de fidelidad,
habrá por fin abrazado a quien quiso más allá de la muerte toda su vida, a mi
tío Paquito.
Que
Dios los haya acogido en su seno y lleve a la plenitud ese amor que en este mundo no
se pudo consumar pero que, de un modo misterioso, cayó sobre todos nosotros,
haciendo de Julieta y su hermano Ignacio nuestros tíos de toda la vida, y de
Fuente la Higuera el pueblo de nuestra infancia, nuestro pueblo del alma, mi
Moguer.
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