Si yo
tengo en el balcón de mi casa dos macetitas con un pinito en cada una y digo
que tengo un bosque es que soy… (Ponga cada uno el adjetivo que desee).
Pues
bien, ese adjetivo es el que se puede aplicar a quien diga que esta noche ha
llovido. No ha llegado, al menos en mi pluviómetro, ni a medio litro. Eso no es
llover, como más lloviznar y un poquito, no más que un poquito.
Por
eso puedo decir que con hoy llevamos 85 días sin llover de verdad. Y en otoño. Este año hemos
recogido hasta hoy 307 litros, 200 por debajo de la media que es, desde el año 1999 hasta
el 2022, de 507 litros por metro cuadrado.
De
momento pues, y si no cambiaran mucho las cosas en diciembre, es este el año
más seco del siglo XXI aquí en Ribarroja y alrededores, por lo menos.
El
monte esta triste. Se nota. Sin agua, soportando ventolera tras ventolera seca
y reseca, y con temperaturas excesivas para la época, se acerca a un invierno sin otoño previo, y eso es malo.
Como malo, muy malo será si tampoco tenemos invierno.
Y no
es poesía eso de que el monte está triste. El suelo, duro y polvoriento; las
fuentes, sin agua o con un hilillo; los árboles, arbustos y matorrales, cubiertos de polvo, flanquean los caminos; el romero y el tomillo amarillea y
pierde la hoja; un verde apagado y mustio se extiende por los pinares; muchas
plantas arrugan o enrollan sus hojas…
Es un
desastre silencioso y discreto, pero desastre. Las grandes tormentas, las
inundaciones, las granizadas, los huracanes hacen daño, mucho, pero ese daño se
ve, es público y notorio. La gente lo habla, se preocupa, se asusta… Ahora no,
es como si no estuviera pasando nada, y sí está pasando y no es menos grave.
El
monte esta triste, sí. Está triste. Se cumple una frase que leí hace tiempo. Se
acaba la vida, y empieza la supervivencia.
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