Comparto
hoy, Viernes Santo, una estación del viacrucis del papa Francisco del año
pasado. Es esa en la que recordamos ese grito de Jesús terrible, de angustia, de
desesperación, de abandono, de soledad. Ni siquiera dice Padre, grita Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Y no
estaba haciendo teatro.
Había
entrado en lo más profundo del dolor humano. Y gritaba, como tantos hombres, mujeres
y niños, a lo largo de la historia ese ¿por qué? que no parece tener respuesta.
Desde
el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá
sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
(Mt 27,45-46).
Jesús,
he aquí una oración sin precedentes: clamas al Padre tu abandono. Tú, Dios del
cielo, que no replicas estruendosamente ninguna respuesta, sino que preguntas
¿por qué? En el ápice de la Pasión experimentas el alejamiento del Padre y ya
ni siquiera le llamas Padre, como haces siempre, sino Dios, como si fueras
incapaz de identificar su rostro. ¿Por qué? Para sumergirte hasta el fondo del
abismo de nuestro dolor. Tú lo hiciste por mí, para que cuando sólo vea
tinieblas, cuando experimente el derrumbamiento de las certezas y el naufragio
del vivir, ya no me sienta solo, sino que crea que tú estás ahí conmigo; tú,
Dios de la comunión, experimentaste el abandono para no dejarme más como rehén
de la soledad. Cuando gritaste tu por qué, lo hiciste con un salmo; así
convertiste en oración incluso la desolación más extrema. Esto es lo que hay
que hacer en las tormentas de la vida; en vez de callar y aguantar, clamar a
ti. Gloria a ti, Señor Jesús, porque no has huido de mi desolación, sino que la
has habitado hasta lo más profundo. Alabanza y gloria a ti que, cargando sobre
ti toda lejanía, te has hecho cercano a los más alejados de ti. Y yo, en las
tinieblas de mis porqués, te encuentro a ti, Jesús, luz en la noche. Y en el
grito de tantas personas solas y excluidas, oprimidas y abandonadas, te veo a
ti, Dios mío: haz que te reconozca y te ame.

No hay comentarios:
Publicar un comentario