No
puedo menos que con emoción y un profundo e infinito agradecimiento repetir las
palabras del papa Francisco que compartí ayer por la noche, horas antes de que
partiera a la Casa del Padre. Para mí, ya es un santo.
Pero
la esperanza es mucho más que eso: es la certeza de que hemos nacido para no
morir nunca más, de que hemos nacido para las cumbres, para disfrutar de la
felicidad. Es la conciencia de que Dios nos ama desde siempre y para siempre,
que nunca nos deja solos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?,¿la
tribulación?,¿la angustia?,¿la persecución?,¿el hambre?,¿la desnudez?,¿el
peligro?,¿la espada? (…) Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel
que nos ha amado”, dice el apóstol Pablo (Rom 8,35-37).

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