Sólo
una breve reflexión, hoy no tengo tiempo de más, sobre algo que siempre me ha
preocupado de la televisión, la publicidad y sus efectos en las personas, sobre
todo si no tienen desarrollada una mínima actitud crítica ante los medios de
comunicación.
Normalmente
no veo la tele. Sólo el tiempo y alguna película. Los informativos tampoco,
porque se nota demasiado a quien sirven y me enfada. Pero a veces, almorzando
solo en casa, me pongo alguna serie, aunque veo más publicidad que la serie en
cuestión.
Hoy
mismo la sucesión de anuncios ha sido delirante. Primero uno de esa empresa que
dice velar por la veracidad de la publicidad. A renglón seguido, uno que es una
mentira monda y lironda, y peligrosa, del que ya hablé en una anterior entrada.
Luego sale un médico pidiendo ayuda para los niños que mueren de hambre en el
tercer mundo. Después uno de vacaciones no sé dónde, y para acabar otro de un
perfume muy sensual.
Una
sucesión caótica de mensajes contradictorios donde lo cierto y lo falso, lo
urgente y lo banal se sitúan al mismo nivel. Todo es igual de importante, o
nada es importante.
Queda
en manos del espectador distinguir entre lo que es verdad y lo que no, lo que
es importante y lo que es intrascendente, lo urgente y lo que puede esperar
toda la eternidad, que no pasará nada.
¿Y
cuánta gente hay en nuestra sociedad que no es capaz de hacer esto, que ni se
lo plantea? Niños por estar aún en formación, y jóvenes por las características
propias de su edad, son los más vulnerables. Pero todos estamos expuestos a esta
agresión que la publicidad en la tele supone.
El
resultado es un embrutecimiento de nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad,
y una pérdida de capacidad crítica, lo que nos deja, indefensos, en manos de
esos poderes ocultos que manejan nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario