Hace
ya muchos años, la primera vez que fui a los Alpes, estaba parado en un
semáforo, en Suiza, y un gendarme se me acercó, muy sonriente él, y me indicó
con un gesto que parara el motor del coche.
Nos
sorprendió, pues esa conciencia de no ensuciar el aire, y el suelo tampoco,
pero hablemos del aire, aquí no se tenía.
Como
digo han pasado muchos años y aquí hay quien sigue sin tenerla. Un día de
estos, muy cerca de mi casa, dos parejas parloteaban en una de esas despedidas
sin fin, tan nuestras, mientras el coche de una de ellas, con el motor en
marcha esperaba pacientemente.
Nos
fuimos y ahí seguían.
Me da
rabia, la verdad. Y me entran ganas de acercarme y decir de buenos modos, buen
hombre, pare el motor, ahorrará y no ensuciará el aire ni molestará a nadie.
Pero
claro, la respuesta podría ser, digamos que inadecuada, y eso podría provocar
en mi otra también inadecuada, con lo que opté por callarme. Una vez más opté
por callarme.
Pienso,
ya me desahogaré en el blog, que para eso está, entre otras.
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