Echo
de menos el otoño, pero el otoño de verdad, no esta abominación que estamos
soportando ya demasiado tiempo, y lo que queda. Poco tienen de otoño estos
ponientes interminables, antipáticos, peligrosos…
Lo han
secado todo. De las lluvias de septiembre no quedan ni los charcos en las
umbrías más recónditas. El monte vuelve a suplicar agua. Quien lo sabe escuchar
lo oye bien claramente. Yo lo oigo clamar al cielo cada día que salgo, a ese
cielo azul sin misericordia por donde viajan, estériles, inútiles, nubes que
han dejado su preciosa carga tierra adentro; en todas partes, menos aquí.
Es
como una maldición bíblica. No solo no llueve sino que lo seca todo más y más,
y sigue día tras día, día tras día. Ni al rocío le deja espacio.
Sí,
echo de menos el otoño. Por eso hoy he buscado poemas de otoño y entre otros
muchos he leído este de Antonio Machado titulado “amanecer de otoño”.
Tierra
mojada, gotas de rocío, alameda dorada. Mojada, rocío, gotas, dorada, eso sí es
otoño.
Una
larga carretera
entre
grises peñascales,
y
alguna humilde pradera
donde
pacen negros toros.
Zarzas,
malezas, jarales.
Está
la tierra mojada
por
las gotas del rocío,
y la
alameda dorada,
hacia
la curva del río.
Tras
los montes de violeta
quebrado
el primer albor;
a la
espalda la escopeta,
entre
sus galgos agudos,
caminando
un cazador.
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