En
crepúsculos como el de hoy, en el monte, este texto, un himno de vísperas,
adquiere una profundidad insondable. Soledad sin estar solo, silencio no vacío,
contemplación, paz, encuentro, oración…
Todo en estado de oración
parece.
La santidad que empapa todo el
aire,
rebosa de los cielos como de
ánfora,
y se filtra en las venas del
deseo.
Todo sube en afán
contemplativo,
como a través de trasparencia
angélica,
y lo más puro que hay en mí
despierta,
sorbido por vorágine de
altura.
Tiene alas la tarde, unción y
llama.
Todo yo en plegaria he
naufragado;
se levantan mis manos como
lámparas;
por el silencio, el corazón
respira.
Se ha encendido el crepúsculo
en mi frente,
y la lumbre de Dios transe mi
carne.
Gloria al Padre, y al Hijo, y
al Espíritu,
por los siglos de los siglos.
Amén.
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