Como
un bichito de esos que se asoman a la entrada de su madriguera, husmean lo que
hay fuera y vuelven a meterse en ella, estoy yo con la situación política que
nos está tocando en suerte soportar.
Las
poquísimas veces que desde el verano he osado poner la radio, la tele, internet
o comprar un periódico, me he encontrado con el mismo panorama absurdo y
repulsivo. Imposible leer o escuchar sin alterarme e indignarme. Y eso no es
bueno para la salud. Además me he dado cuenta de que por mucho que me informe nunca
hay nada realmente nuevo. Hojarasca hueca, demagogia. Es siempre más de lo
mismo. Hacerlo pues, me parece masoquismo. Por eso no lo hago, y porque creo
que lo tengo claro.
La
esencia del problema que tenemos está en la adulteración absoluta de la
democracia. La democracia es la voluntad de la mayoría y esa voluntad no se
está respetando.
Me
explico.
Habría
que definir mayoría; porque hay dos mayorías que a veces coinciden y a veces
no. Y ahora no coinciden, desde luego. La mayoría política y la mayoría social.
La
mayoría política es la que nos da la aritmética parlamentaria que en este caso,
por un ajustadísimo margen, conseguido con pactos desconcertantes incoherentes
y peligrosos, ha acabado dando las llaves del poder a un delincuente.
La
mayoría social es en este momento mucho más amplia. Está formada por todos los
votantes del PP y de Vox, por muchos del PSOE que, aunque votan a su partido no
comparten la deriva del sr. Sánchez y les preocupa, y por mucha gente que,
diciendo pasar de la política, sí quieren estabilidad, tranquilidad, trabajo, irse
de vacaciones, una cañita con unas bravas… Sin caer en la cuenta de que poder
seguir disfrutando de eso depende de la política.
Estoy
seguro de que lo que a esta gran mayoría social nos dejaría tranquilos y lo que
de verdad garantizaría el progreso serían unos pactos del PSOE con el PP sobre los temas centrales para el país, para
cualquier país. A saber, educación, sanidad, medio ambiente, justicia y modelo
de estado. Esos pactos, aunque fueran de mínimos, sí nos darían el progreso, el
único posible y cierto.
Ejercer
el poder basándose en la mayoría política y no en la social, cuando no
coinciden, es una adulteración grave de la democracia y un golpe bajo al estado
de derecho de consecuencias impredecibles. Y nunca es progreso por mucho que
machaconamente nos lo digan.
En
este caso no es ejercer, sino detentar, y la RAE, define muy bien la palabra en
su primera acepción: Retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo
público. Porque cuando se da esta circunstancia, como ahora, sea desde los
ayuntamientos hasta el Gobierno de la nación, y tenga el color que tenga, lo
legítimo, lo honesto y lo realmente democrático es que gobierne quien goce de
la mayoría social pactando con quien no la tenga, como he dicho, unos mínimos.
Y que estos últimos hagan una oposición firme y coherente para conseguirla
algún día.
Y este
es mi análisis de lo que creo que está pasando. Todo lo demás, declaraciones,
discursos, manifiestos, acusaciones mutuas, nada aporta, de nada sirve, nada
cambia.
Una
orgía de demagogia. Incertidumbre. Un frío negro y helado que se te cuela hasta
los huesos si te paras a pensar en el futuro.
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