Me dio
pena un encuentro que tuvimos un amigo y yo hace unos días en el monte. Íbamos
por un sendero entre campos y colinas cubiertas de pinos, muchos muertos por la
sequía, cuando nos cruzamos con un cazador.
Los 65
ya los había cumplido seguro. Llevaba su perro, la canana con cartuchos a la
cintura y la escopeta al hombro. La ropa, discreta, no de camuflaje.
Tras
un amable saludo por ambas partes nos aclaró que iba solo, apresurándose a
decirnos que no nos preocupáramos, que él solo disparaba cuando tenía la
seguridad de que no había nadie a quien pudiera alcanzar.
Cuando
veía u oía caminantes, ciclistas o motos, esperaba a que se fueran. Vengo a
disfrutar del monte, no a causar ningún disgusto ni desgracia. Está bonito
¿verdad? Lástima tanto pino muerto, decía.
Pronto
me di cuenta de que estaba disculpándose desde el primer momento; se disculpaba
de estar cazando en los montes de su pueblo, como habría hecho toda su vida,
como habrían hecho su padre y su abuelo y su bisabuelo.
Nosotros
redoblamos la amabilidad intentando darle a entender que nada de malo veíamos
en lo que estaba haciendo. Pero el siguió con sus disculpas que coronó, cuando
ya nos íbamos, diciendo mientras se señalaba la canana, veis, aún están todos,
y todos volverán a casa.
Sí, me
dio pena y rabia. Porque da pena y rabia comprobar cómo el totalitarismo
ideológico, de momento solo ideológico, que lleva años infectando la sociedad,
la estupidez de lo políticamente correcto, está arrasándolo todo sin que nos
demos cuenta, excluyendo lo que a los ideólogos oficiales del régimen les
parece que hay que excluir según sus criterios y sus valores, cuanto menos
discutibles.
Y la
caza está en su punto de mira, cuando es una actividad que convenientemente
regulada, como está, no solo no es negativa, sino que es necesaria para
mantener el equilibrio ecológico de nuestros montes. Y no hace ningún daño.
Hacen
mucho más daño las motos por los montes y las ramblas, o los ciclistas en los
senderos, que los cazadores que, además cuidan el monte como nadie, porque les
gusta y porque un monte limpio y con buenos accesos les permite desarrollar su
afición.
Pero
no. Las motos haciendo ruido y rompiendo el suelo, o las bicis reventando los
senderos, no solo no se disculpan, sino que se creen con el derecho de hacerlo,
incluso en zonas protegidas a las que tienen expresamente prohibido, acceder.
Y este
pobre hombre, no sabía cómo justificar ante unos desconocidos su paseíto por el
monte, con la escopeta al hombro y la esperanza de llevarse un conejo o una
perdiz a casa.
¡Qué
pena y cuánta imbecilidad e incoherencia!
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