Cuando
se cumplen dos meses de la DANA otra devastación se añade a la de aquel día
negro, el triste espectáculo de echarse unos a otros las responsabilidades y el
más triste aún de tratar de sacar tajada del dolor de tanta y tanta gente.
A
nadie nos pilla por sorpresa. Así es la naturaleza humana, profundamente
miserable a la vez que hermosa y digna, pues de esto, de esta grandeza, también
hemos tenido y seguimos teniendo preciosas e inolvidables muestras.
Pero
el lado oscuro está siendo tan oscuro, tan deleznable, que puede hacernos
olvidar el otro, la luz que tanta gente nos ha regalado. Por eso no hay que
perder la esperanza en la humanidad aunque, al menos en mi caso, cada vez que
oigo o leo noticias, o escucho a demasiada gente, se me tambalea.
Porque
hemos llegado mayoritariamente a donde no habría que haber llegado. Porque es
mentira, es injusto y es estéril. Es una aberrante simplificación. La gente de
“derechas” carga contra el Gobierno central, la de “izquierdas” contra el
autonómico.
Y ni
unos ni otros están en la verdad, porque lo sucedido es tan extremo y tan
complejo, que un análisis sereno y objetivo de la realidad llevaría
inevitablemente a aunar esfuerzos para, entre todos, y digo todos, curar,
reconstruir y prevenir, en la medida de lo posible, futuras catástrofes.
No es
eso lo que estamos viendo. No es eso lo que estamos haciendo. Hay que analizar
la realidad, los hechos, desde ellos mismos, con objetividad, sin presupuestos
ideológicos que deformen e incluso oculten esa realidad, que la interpreten a
conveniencia de la ideología a la que uno está apuntado.
Dice
el papa Francisco en su carta apostólica Sublimitas
et miseria hominis, “Y las ideologías mortíferas que seguimos padeciendo en
los ámbitos económico, social, antropológico y moral mantienen a quienes las
siguen dentro de burbujas de creencia donde la idea ha reemplazado a la
realidad”.
Y en
esta misma carta cita un pensamiento de Pascal, “la realidad es superior a la
idea”. Y si nos acercamos a la realidad desde nuestras ideas, nuestra
ideología, no la veremos, y nuestros juicios, nuestras opiniones serán dañinas
y además estériles. Nada aportarán, nada resolverán.
Es
curioso que el título de esta carta del Papa sea Grandeza y miseria del hombre. Hemos visto en Valencia y estamos
viendo esta grandeza y esta miseria de un modo tan claro, tan gozoso y doloroso
a la vez, que parece estar escrita adrede para nosotros.
Apeémonos
de nuestra ideología para poder ver la realidad. Y quedémonos en este final de
año con la grandeza.
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