Una de
las consecuencias de legislar sobre prejuicios y no sobre un análisis serio y
objetivo de la realidad es la injusticia.
Sí, ya
sé que estas palabras sirven para todo, y para todos, por lo que en principio
no significan nada. Pero voy a concretarlas compartiendo un testimonio que me
contó hace nada un amigo. Y no es el único de este estilo que me han contado.
En un
pueblecito de Teruel una señora regenta un bar. Todos sabemos que en estos
pueblos entre semana, en hostelería, no se comen una rosca, pero en vacaciones,
fiestas y fines de semana no dan abasto.
Encontrar
personal mínimamente cualificado que refuerce la plantilla en esas fechas y
contratarlo según ley, no es nada fácil. Y eso lo sabemos todos. Todos he
dicho.
Bien,
la señora en cuestión, vieja conocida de mi amigo, acabó desahogándose con
ellos hasta el llanto, contándoles el calvario que este verano había sufrido
con dos jovencitos que había contratado.
Un
escaqueo continuo y la falta de respeto a los clientes era lo habitual, hasta
el punto, por ejemplo, de que al gesto de llamarles con la mano, respondían con
un saludo “muy gracioso”, también con la mano, para seguir a lo suyo.
Me
hirvió la sangre cuando me contaron lo del saludito. Lo que me pedía el cuerpo,
si yo hubiera sido la señora, es soltarles un sopapo delante de todos y
ponerlos de patitas en la calle.
Pero
ellos, igual que nosotros, saben que la ley les protege. Sí, a los
sinvergüenzas, y no a la pobre mujer que trabaja duro para llevar su negocio,
nada fácil, adelante.
Es la mentira
de que el empresario, por humilde que sea la empresa, es siempre malo y el
asalariado siempre bueno. Uno es verdugo por naturaleza y el otro, víctima. Uno
ha de demostrar su inocencia, pues no goza de tal presunción; el otro es
inocente mientras no se demuestre lo contrario, cosa nada fácil.
Y la
realidad es que el ser mala persona, un sinvergüenza, un marullero, un caradura,
un vago, es algo que afecta por igual a todos, sean empresarios o trabajadores.
Y por eso siempre hay que analizar la realidad y obrar en consecuencia.
Que
esta señora de la que hablo pudiera quitarse de encima a estos sinvergüenzas
sin gasto ni dificultad alguna sería lo justo. Incluso debería tener derecho a
indemnización. Pienso yo.
Pero
en fin, es lo que tenemos.

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