Vuelve la vida en los montes de Liria |
Tuéjar, Benagéber, Cortes de Pallás, Dos Aguas, Cofrentes, Venta Gaeta, Viñuelas, Los Herreros, La Cabezuela , El Oro, Yátova, Macastre, Alborache, Turís, Montroy, Real de Montroy, Andilla, Oset, Sacañet, Canales, Alcublas, Bejís, Teresa de Viver, Liria, Altura, Chulilla, Sot de Chera, Gestalgar, Bugarra, Pedralba, Casinos…y aún hay más, aún hay bastantes más.
Por fin llueve. Después de meses y meses de soportar “el buen tiempo”, por fin llueve. Pero para muchos montes, llueve sobre el negro y la ceniza. Llueve sobre la tierra muerta. Llueve tarde, demasiado tarde.
Y a los que conocimos todos esos rincones que ahora ya no están, y algunos ni estarán ya nunca más, no nos queda más que el recuerdo. No nos queda más que ver aquellas fotos del bosque verde, que comentar con quien también lo conoció, qué hermoso era, o que explicar a los que no lo conocieron, cómo era lo que ya no conocerán.
La vida, una vez más ha sido la gran víctima. Todos los que de un modo u otro estábamos unidos a aquellas tierras, somos los que lamentamos la catástrofe y sufrimos sus consecuencias. Unos más, otros menos, pero todos sentimos que nos han quitado algo muy nuestro y que, tal y como era, jamás lo recuperaremos.
Hay noches en que me despierto recordando tantos y tantos parajes entrañables en los que lo hemos pasado tan bien, y que sé que ya no están…Eran nuestro refugio. Allí hemos sido felices Isabel y yo. Seguíamos en ellos el paso de las estaciones. Nos alegrábamos pensando en ellos los días de lluvia y nuestra alegría era completa los escasos días de nieve…y nos inquietábamos cuando el odioso poniente duraba mucho o soplaba fuerte.
Otoño triste, montes tristes. La lluvia, sobre los árboles muertos y el suelo gris, es de una infinita tristeza.
El otro día, junto al esqueleto negro y roto de una higuera silvestre, de la que cogía deliciosos higos los meses de septiembre, viendo que ya retoñaba, pensé, rabioso, que ante esto, no hay que lamentarse, no hay que hablar mucho, hay que actuar, como la higuera que ya retoña en medio del negro y la ceniza. No es la tristeza quien debe mandar. No es la impotencia. Es la rabia. La misma higuera quemada nos lo dice, la montaña entera nos lo dice. Ella no se quedará con el gris y el negro. Ya están brotando hierbas, retoñando arbustos. El verde lucha por volver.
Hay que ir al monte arrasado. Hay que saciarse del desastre. Hay que tener el coraje de volver a ese sitio que tan sólo hace unos meses era verde. Justo ahora es cuando más nos necesita. El monte calcinado, sus gentes salvajemente desposeídas de uno de sus más preciados bienes, es ahora cuando más nos necesitan. Y en pie ante el inmenso desastre, siguiendo el ejemplo de la propia montaña, hay que pelear de nuevo por la vida.
Hay que ir al monte arrasado. Hay que saciarse del desastre. Hay que tener el coraje de volver a ese sitio que tan sólo hace unos meses era verde. Justo ahora es cuando más nos necesita. El monte calcinado, sus gentes salvajemente desposeídas de uno de sus más preciados bienes, es ahora cuando más nos necesitan. Y en pie ante el inmenso desastre, siguiendo el ejemplo de la propia montaña, hay que pelear de nuevo por la vida.
Sí. El sentimiento ha de ser la rabia, la rabia que nos lleve a la acción, a una acción ponderada pero eficaz, aunque ahora, la esperada lluvia de este otoño, sea en tantos y tan queridos rincones, de una infinita, de una inmensa tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario