Psicólogos, pedagogos y psicopedagogos de despacho y conferencia. ¡Cuánto daño le habéis hecho a la educación, y cuánto daño le seguís haciendo!
Hartito, hartito me tenéis hace ya mucho tiempo. Vuestra prepotencia va pareja a vuestro desconocimiento de la realidad escolar, y a menudo a vuestro desprecio por el trabajo que maestros y profesores hacemos en los centros.
¡Qué fácil es, desde vuestro despacho, y viendo niños de uno en uno, decirle al “profe” que tiene veinte, treinta alumnos, hora tras hora, día tras día, qué debe hacer!
¡Que fácil es decir a los papás a los que no les ha gustado lo que les han dicho en el “cole”, que tienen razón! Que es el “profe” el que lo hace mal. El “profe” que está con el niño más tiempo cada semana que papá y mamá juntos, y por supuesto que tú, que lo has visto tan solo unas horitas. Será que quien paga manda, ¿no? Los papás son los clientes a fin de cuentas y, por supuesto, el cliente siempre tiene razón. Claro, claro, no había caído…
No es ese el camino. No podéis decirnos desde fuera, sin conocer el día a día del niño y el “profe” en el colegio, qué debemos hacer. No podéis decirnos blanco y tras hablar con los papás decirnos negro, porque ellos os han dicho negro. No. Eso no es. No podéis escuchar sólo la versión de quien paga. Flaco favor les hacéis.
Nosotros, en los colegios, os necesitamos, pero junto a nosotros, no frente a nosotros, ni por encima de nosotros. Como necesitamos a los papás, también junto a nosotros. Necesitamos, por el bien de nuestros alumnos, trabajar todos en equipo. Con honestidad, con humildad, con lealtad.
Porque nos equivocamos como humanos que somos. Los docentes nos equivocamos, igual que vosotros os equivocáis, que los papás se equivocan, porque la educación es difícil, a menudo conflictiva. Y además, los errores se pagan, muchas veces muy caros. Y los pagan casi siempre quienes no tienen ninguna culpa: los niños. Y esto no debemos consentirlo.
Hartito. Hartito me tenéis. Sin embargo no sería justo acabar este escrito sin reconocer, que a lo largo de mis más de treinta años de ejercicio profesional en un colegio, he conocido y disfrutado algunos psicólogos, algunos pedagogos, como la copa de un pino. Honestos, humildes, comprometidos de verdad con la educación. De los que sientes a tu lado y conocen, escuchan, preguntan se informan antes de hablar. De los que respetan de verdad a esa “seño” o ese maestro de infantil o primaria que llega reventado a casa todos los días, después de bregar con veinticinco o treinta alumnos un montón de horas. De los que respetan al “profe” de secundaria que, día a día, intenta poner orden en las cabecitas adolescentes, y además enseñarles matemáticas, lengua o historia.
Es muy importante la educación. Y está mal. Y no me refiero a las notas y esas cosas, no. Me refiero a la EDUCACIÓN con mayúsculas. Al proceso por el cual debemos construir el futuro. Los que trabajamos en ella, en “el frente”, ya tenemos bastantes enemigos acosando; bastante gente que nos desprecia; bastante gente a la que lo único que le preocupa es que, según dicen, tenemos “demasiadas vacaciones”; bastantes políticos que juegan con nosotros asfixiándonos con papeles inútiles, o con órdenes absurdas y arbitrarias, en un permanente y torpe intento de manipulación; bastantes familias que cargan sobre nosotros las consecuencias de sus propios errores, por no tener el coraje o la clarividencia suficientes de hacerles frente. Nos faltabais vosotros.
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