Érase una vez un país muy lejano. En un pueblo de
aquel lejano país, vivía un niño llamado Eric. Se acercaban la Navidad y
Eric estaba triste, porque sus papás estaban separados y, no sabía muy bien por
qué, hacía mucho tiempo que no veía a papá. Bueno, en realidad no lo sabía, ni
muy bien ni muy mal. No lo sabía. "¿Es que papá ya no me quiere, por qué no me
coge el teléfono cuando llamo, o es que mamá hace trampas y no me deja verlo?" Cada día pensaba una cosa. Y era un lío, porque Eric quería de verdad a los
dos.
El último día de “cole”, ya casi a la hora de salir,
entró en su clase un señor a hablar con su “seño”. Algo le dijo que ese señor, al que había visto alguna vez por el "cole" podía hacer algo por él, podía ayudarle. Se levantó de su sitio, se le acercó y
le dijo: “señor, ¿puedes hablar con mi mamá para que pueda ver a mi papá?”.
La mirada triste de Eric se cruzó durante un
instante, que le pareció eterno, con la mirada de aquel hombre, que también
se puso muy triste. Y entonces sucedió
algo inexplicable. Todos se quedaron quietos, la “seño” también, muy quietos.
Sólo se movía aquel hombre, que empezó a sonreir y que, cogiéndole de la mano,
lo sacó de la clase.
Pero el pasillo ya no era el pasillo de su “cole”, ni
la calle era la calle, ni el paisaje era el paisaje cotidiano. Andaban solos
por un hermoso camino, a través de campos muy verdes, con árboles, flores y sembrados,
bajo un cielo muy azul. No hacía frío y soplaba una brisa tibia y suave. El sol
brillaba en lo alto.
Eric no tenía miedo, se sentía bien y le preguntó al
hombre: “señor, ¿a dónde vamos?” El hombre, mirándolo, le dijo: “a buscar a tus
papás”. Eric se dejó llevar. Se sentía seguro. ¿Será Papá Noel?, ¿será algún
Rey Mago?, ¿será Jesús? Le daba igual. Se fiaba. Se sentía extrañamente
acogido.
Un ratito después, tras una curva del camino,
llegaron a una casa con jardín. A Eric le sonaba, pero no sabía de qué. El
hombre no dijo nada. Le dejó a Eric mirar. Se veía una casa triste, muy triste
y oscura y, aunque era casi Navidad, no tenía ni un solo adorno, y lo peor era…
aquella horrible alambrada de espinos que la partía en dos de arriba abajo.
El hombre le dijo: “vamos”, y apretándole fuerte la
mano, entró en el jardín. Eric dio un salto. El jardín estaba habitado, a ambos
lados de la alambrada, por seres monstruosos, de auténtica película de terror. El
hombre le dijo: “no les tengas miedo, tú eres más fuerte”. Aquellos seres no
les miraban, miraban al porche de la casa y entre ellos...
“¿Quiénes son?” dijo Eric. “Pregúntaselo tú”,”grita
fuerte”. Eric se soltó de la mano del hombre, y haciendo cuenco con sus manitas
gritó: “¿Quiénes sois, monstruos?” Entonces, todos se volvieron hacia él, y sintió frío
en lo más hondo de su alma, y sintió miedo, y giró sobre sus talones para salir
corriendo de aquel horrible sitio, y lo hubiera hecho, si no hubiera sido
porque el hombre lo cogió firme por los hombros, y mirándole a los ojos, con
una infinita dulzura, y una sonrisa como él jamás había visto, le repitió “no
les tengas miedo, tú eres más fuerte”.
Y ya sin miedo, Eric se volvió de nuevo, y vio en el
porche de la casa, separados por la alambrada, a sus papás. Estaban sentados,
muy tristes. Cada uno miraba a una parte distinta, pero en realidad no miraban nada.
Eric entonces gritó: “¡papá, mamá, os quiero, os
quiero a los dos!”. Ellos parecían no escuchar. Y Eric, echó a correr hacia
ellos, mientras los monstruos le gritaban: “soy el odio, soy la rabia, soy la
desconfianza, soy la venganza, soy el despecho, soy el egoísmo, soy la mentira,
soy la manipulación, soy el miedo…”y aullaban y gruñían; y Eric, en medio de
aquella algarabía, seguía corriendo hacia sus papás, y quería abrazar a los
dos, refugiarse en ellos, pero no podía, pues la alambrada los separaba y él no
quería sólo a uno, quería a los dos.
Ya estaba cerca. No tenía muy claro si estaba en el
lado de papá o de mamá. Repitió: “os quiero a los dos, a los dos, ¿no lo
entendéis?”, y ya casi junto a ellos, les miró a los ojos y se abalanzó contra la horrible alambrada, y
cuando esperaba sentir el dolor de las aceradas púas clavándose en su cuerpo,
se vio de rodillas frente a ellos, frente a sus papás, llorando como no había
llorado nunca; pero sintió que no era de pena. No había monstruos, y la valla
ya no estaba. Se encendieron las luces de Navidad, y papá y mamá juntos, se
sonrieron y le sonrieron…
“Mira, aquí están tus papás Eric, han venido a por
ti”, dijo la “seño”. Y Eric se volvió y vio a sus papás en la puerta de la
clase, mirándole, y los vio comentar algo y sonreir. Salió como un rayo y los
abrazó a los dos, a los dos a la vez, como pudo, con sus bracitos…
Y el señor al que le había preguntado: “señor,
¿puedes hablar con mi mamá para que pueda ver a mi papá?”, le sonrió también y
le guiñó un ojo.
Y Eric se fue con sus papás, porque aunque no vivían
juntos, eran sus papás y los quería a los dos con todo su corazón. ¡Ahora sí
era Navidad!
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