Estaba yo esta tarde gris de finales de octubre
arrastrando la gripe por casa, (o lo que diablos sea esto que tengo), por séptimo día consecutivo, sin estar bien en la cama, ni en el sofá, ni en el ordenador,
ni en ningún sitio, y bastante hartito ya, cuando he oído un antiguo sonido, ya casi olvidado. ¡Es lluvia!,
¡lluvia!, ¡es lluvia!, ¡está lloviendo!, y además truena, ¡truena! ¡Bendito sea
Dios!, algo de lluvia. Hacía dos meses, y de otoño, que no llovía.
He abierto la ventana y la he escuchado mejor, y he
olido (lo que mis maltrechas narices me permiten) a tierra mojada. He pensado
en nuestros campos, en nuestras montañitas, en nuestros pinares; he repasado
sus nombres: Rodanas, pico del Águila,
corral de Barretes, Montaña del Flare, Porxinos, y más allá, Calderona, Sierra
de Chiva…y como de otro modo ahora no puedo, con la imaginación, las he
sobrevolado bajo la bendita lluvia.
Bueno, pues eso, que me ha alegrado la tarde, aunque
han caído solo unos siete litritos. Más vale esto que nada.
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