El carro del tío Ignacio, hoy en el magnífico museo del pueblo. Con este carro recorrimos caminos y caminos... |
Cuando leemos un libro recreamos lo que leemos
basándonos en las experiencias vividas hasta ese momento y entonces, el libro nos hace vivirlas otra vez de un modo diferente, a menudo más profundo, más
sentido.
Esto es lo que me pasó a mí cuando leí, hace ya
muchos años, Platero y yo y El camino. Las preciosas obras de Juan
Ramón Jiménez y Miguel Delibes, respectivamente, me lanzaron a mis días de
infancia en Fuente la Higuera. Mi
Moguer fue y es “La Font
de la Figuera ”,
y es por sus calles por donde veo corretear a Daniel el Mochuelo, con sus
amigos, el Moñigo y el Tiñoso.
Cada vez que ando de la mano de estos libros por los
caminos de la literatura, me traslado a los ya lejanos días de mi infancia, y paisajes,
personas y momentos, reviven en mí de un modo muy intenso y muy entrañable.
Fuente la
Higuera es el pueblo de mi abuela materna, Gumersinda Tortosa,
la abuelita Gumer, a quien recuerdo de un modo íntimo y amable, y allí íbamos
los meses de septiembre y alguna que otra vez a lo largo del año. Al principio
en tren, luego en el 600, después en el 124… Y ya entro en los recuerdos.
Personas. El tío Vicente, su hermano, el tío Víctor, Piedaeta,
Paulineta, la tía Remediets, ya fallecidos, la tía Julieta y el tío Ignacio, a
los que aún puedo besar con cariño y que tan importantes fueron para mí en aquellos
lejanos años, y otras muchas personas entrañables, que en virtud de la
literatura, aunque ya han quedado atrás, cobran vida de un modo hondo y
hermoso.
Paisajes. La estación, que ya no existe, donde
esperábamos al tren, con su locomotora de vapor; las excursiones al Bobalar, a
la casa del Ángel, a la Font
de la Noguera ,
a la Fuensanta ,
a los Brunales, al río Cáñoles. Las ascensiones al Capurucho y los paseos a
Santa Bárbara a ver caer la tarde. Las frecuentes visitas a la Balseta Pijirri con el tío
Vicente, que gozaba de estar en su pueblo con sus sobrinos, y se le notaba un
montón.
Momentos. El aperitivo, en los bares de la plaza, las
“pelis” en el cine, junto al Verdoso, donde hacían las verbenas, las comidas en
el parador los días importantes. La vendimia, con su olor a mosto, las fiestas, con la novena, la “puchá”, la procesión, la “dançá”, cuya música sigue
conmoviéndome hasta lo más hondo, los moros y cristianos (fui abanderado
cristiano un año)…
Al igual que mi madre, que sigue “enganchada” al
pueblo de su infancia y juventud, donde fue feliz, yo siento también una
especial sintonía con aquella parte del mundo.
Los recuerdos son muchos, muy vívidos y entrañables,
pero para acabar este artículo quiero compartir tres, para mí muy especiales,
con el amable lector. Los días pasados en la caseta que tenían y tienen el tío
Ignacio y la tía Julieta en el Poblet, a donde íbamos en carro. El ver pasar
aquellos trenes, con sus inolvidables máquinas de vapor, desde la misma entrada
del “tunelet”, con mi padre y mis hermanos. Y cómo nos despertaba el tío
Vicente las mañanas de septiembre, en aquella casita alquilada del “carrer
Molí”. Recitaba “Bon día, clavell dorat, rosa de la
primavera…” y entonces yo salía al corral y me dejaba envolver por la luz del
cielo azul, por el olor a campo, por el aroma a leña; sí, me acuerdo, me acuerdo muy bien. Aquellos
recuerdos los tengo muy dentro y sé que ya forman parte para siempre del alma de mi vida.
Hola Jesús, yo recuerdo el pueblo con mucha emoción. Al tío Vicente y a la tía Gumer con muchísimo cariño... Al tío Víctor y al tío Cesáreo no los conocí.
ResponderEliminarMi abuelo fue un apasionado de su tierra, siempre lo decía. Mucho de su cariño nos acabó transmitiendo de Fuente la Higuera a nosotros. La abuela Belén, una señorona a la que él amaba con vehemencia; tantas cosas...
Saludos Jesús!
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