Tras la noche está el amanecer, tras la cruz está la mañana de Pascua. Es la última esperanza. |
Hoy, 14 de octubre de 2013 cumple
un año este blog. No he escrito para este primer cumpleaños ninguna entrada
nueva. Os invito a leer la del 15 de enero de este año (teclea en el buscador la palabra injusticia) que es un comentario al
poema del mismo nombre, escrito por Dámaso Alonso.
A continuación tenéis el poema
con el que celebro el aniversario.
¿De qué sima te yergues, sombra
negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a
los valles
que se hunden entre nieblas en la
infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre
recién creada,
mientras se comba el tiempo,
rubio mastín que duerme a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante
en el cierzo, tras tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de
lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas
del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos
de granizo.
Llegas,
oquedad devorante de siglos y de
mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahíncan
sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos,
sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas
siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin
manante,
contraria del amor, cuando él
nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales
tibios
donde al azul se asoma la niñez
transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba
la luz,
y pones en la nítida mirada
la primera llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca
inverniza
del corazón del viejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón
del bosque.
Y van los hombres, desgajados
pinos,
del oquedal en llamas, por la
barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas,
ya ocres,
como blasfemias que al infierno
caen.
...Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus
podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el jirón de tus alas que
arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta
los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del
odio:
no ha de saltar el odio, como
llama de azufre, de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro
cálido,
pasajero bullir de un metal
misterioso que irradia la ternura.
Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un
lienzo:
no apagarás la brasa del gran
amor que fulge
dentro del corazón,
bestia maldita.
Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.
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