En la
primavera del año 1182 un chaval de 25 años, un buen día, renunció a todo lo
que tenía, ropa incluida, y desnudo se echó al monte para ser libre, poniéndose
en manos de Dios. El pueblo se llamaba Asís y el chaval, Francisco.
Entonces
dijeron, como hoy diríamos, no hemos cambiado tanto, “este tío se ha vuelto
loco”. Y ese tío que se había vuelto loco, murió a los 45 años, un sábado, 3 de
octubre de 1226, al atardecer, desnudo también, sobre el suelo, según su
voluntad. Sólo dos años después, la Iglesia lo declaró santo.
Ochocientos
años después, por primera vez en la historia, un Papa se llama Francisco. No es
casualidad que se llame Francisco y no es casualidad que esté “rompiéndolo
todo”. ¡Claro que sí! Está rompiendo todo lo que hay que romper, como lo rompió
aquel Francisco de hace 800 años, como lo rompió aquel Jesús de hace 2000.
Y como mucha
más gente que a lo largo de la historia, se ha dejado impulsar por el mensaje
de Jesús, libre y liberador, y ha comprometido su vida en la necesaria trasformación
del mundo.
En este día de
San Francisco, gozando de los vientos nuevos que soplan en la Iglesia, veo como
una fuerza silenciosa, pero poderosa, moviendo la historia. Y veo cómo la
prudencia, que cuando no es coherente con el Evangelio no es más que cobardía,
comodidad, oscuros intereses inconfesables, se retira dejando paso a la bendita
locura de quien, fiándose de Dios, vive libre, sin miedo, habla sin miedo, actúa
sin miedo. De quien se cree eso de “No temáis, Yo he vencido al mundo”.
Pues eso. Feliz
día de San Francisco. Felicidades a los Pacos.
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