Aunque nací en Valencia, y en el centro de la ciudad,
muy cerquita del Mercado Central, siempre quise vivir en un pueblo. Y nunca me
he arrepentido.
Justamente hoy, es uno de esos días en que celebro
vivir donde vivo, en Ribarroja, a orillas del Turia.
¿Por qué? Pues por una cosita que me ha pasado y que
imagino que en una ciudad hubiera tenido otro desenlace. Aquí también podía
haberlo tenido, pero había menos posibilidades de que lo tuviera.
Serían las dos de la tarde y con una temperatura
infernal hemos ido a por una paella para comer en casa. Entre el calor, el
hacerle sitio a la paella en el portaequipajes, que nos ha costado lo suyo, y
la prisa, siempre mala consejera, por volver al fresquito del hogar, dulce
hogar, he dejado la cartera con dinero y toda mi documentación en el techo del
coche. Y he arrancado.
Estando un momento después en la puerta de casa,
alguien se me ha acercado y me ha dado la cartera. Aún no habíamos sacado la
paella del coche. Mi Ángel de la
Guarda de hoy había visto la cartera en el suelo de una
rotonda, la de Entrevéis y el coche que se alejaba. Ha parado, la ha recogido y, confirmando que era mía, ha venido a traérmela enseguida.
Cúmulo de casualidades afortunadas que, estoy seguro,
es mucho más fácil que se den en un pueblo que en la ciudad. Además, el haber
dado con buena gente, que también cuenta. Y buena gente, a Dios gracias hay en
todas partes. Pero claro, si eso me pasa en la
Gran Vía Fernando el Católico por ejemplo,
aunque hubiera visto la cartera en el suelo otro Ángel de la Guarda , difícilmente podría
traérmela enseguida a casa. Y la recuperaría, pero más tarde y con un buen lío
previo.
Pues eso, que sigo 33 años después convencido que al
menos yo vivo mejor en el pueblo. Y eso que Valencia me gusta, pero para ir de
visita.
Y muchas, muchísimas gracias Ino, mi Ángel de la Guarda de este tórrido día
de verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario