Me he despertado esta mañana con la noticia de dos
mujeres muertas a manos de sus parejas, una en Córdoba y otra en Liria, bien
cerca de aquí. Y la de Liria, además, asesinada junto a su madre. El hijo y
nieto, de cinco añitos, lloraba en la calle… ¡Terrible!
El goteo sigue imparable. ¿Y sabéis qué pienso? Que
va a seguir, y lo que es peor, que va a ir a más. Sí, me temo que vaya a más.
Y temo que vaya a más porque el asunto está mal
planteado, la cuestión está desenfocada. Y creo que está desenfocada por pura
simplificación.
Esto que está pasando es consecuencia de algo muy
complejo, con raíces profundas, arraigadas en lo más turbio de la naturaleza
humana desde que el hombre es hombre… ¿habría que decir... y la mujer, mujer?
Pero es que además, aparte de estar el problema mal
planteado, la respuesta social e institucional me parece inadecuada e
insuficiente. También los medios de comunicación, con demasiada frecuencia,
agravan la problemática por pura superficialidad.
Ese mal hay que arrancarlo de raíz. Educar a la
infancia y a la juventud en la igualdad real y absoluta en dignidad y derechos,
entre el hombre y la mujer. Luchar contra la violencia, contra cualquier
violencia, la verbal, la psicológica, la física, venga de donde venga y como
venga. Obviar el sexo como condicionante en los ámbitos político, económico,
cultural y social. Suprimir por ley el sexismo en la publicidad y el deporte de
una vez por todas… Creo que por ahí van los tiros que pueden evitar otros
tiros.
Convertir este horror, demasiado cotidiano, en una
cuestión de buenas y malos, en algo inherente al sexo masculino y punto, nos
aleja de cualquier posible solución y además, a la vista está, es de una absoluta
ineficacia. Es una simplificación que urge superar si de verdad
queremos acabar con este infierno.
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