Estuvimos este fin de semana en el Pirineo, en un
pueblecito del valle de Tena llamado Lanuza. Un pueblecito pequeño, en el que
viven actualmente seis o siete familias. Nos hospedamos en un hotel muy
agradable y familiar al que dedicaré una entrada próximamente, pues bien lo
merece.
Pero no es de montañas de lo que voy a hablar en esta
entrada. Después de la cena, excelente por cierto, salimos a dar una vuelta y
deambulamos sin prisa, por las bien iluminadas y bonitas calles del pueblo que,
no hace demasiados años, estuvieron oscuras y desiertas.
Lanuza es uno de esos pueblos que se sacrificaron por
la construcción de un pantano. Llegó a morir. Pero pasado el tiempo, y tras
vencer diversas barreras burocráticas, en virtud de una legislación que lo
permitió, los vecinos pudieron volver a reconstruir el lugar que les vio nacer.
Ahora es un pueblo precioso, entre altas montañas, bosques espesos y a orillas
de un embalse en el que refleja sus casas cuando está lleno, creando estampas
de una absoluta belleza.
Nuestro paseo acabó a las afueras del pueblo, donde
nos encontramos con Marian, el ama del hotel. Charlamos un rato. Nos contó la
muerte y resurrección de Lanuza. La tristeza del desarraigo, cuando tuvieron
que abandonarlo, la ilusión de la reconstrucción y la satisfacción de verlo
resurgido de sus propias ruinas.
Y ahora viene el motivo de esta entrada: una frase
que nos dijo Marian aquella noche. Recuerdo además la profunda satisfacción con
la que la dijo. Fue ésta: cuando los vecinos nos pusimos manos a la obra, lo
primero que reconstruimos fue la iglesia.
No me pasó desapercibido el significado hondo de lo
que decía, y más en los tiempos que corren. Lo primero que reconstruyeron fue la iglesia. Me di cuenta de que para ellos no
se trataba de reconstruir un conjunto de casas para hacer una suerte de urbanización,
no. Se trataba de reconstruir un pueblo, y un pueblo, en España, tiene iglesia.
Y alrededor de la iglesia se aglutinaban las casas en tiempos lejanos, y
alrededor de la iglesia han querido los vecinos que renazca Lanuza.
Y nada tiene que ver esto con que tengan fe o no la
tengan. Con que se bauticen, se confiesen y comulguen. Con que vayan a misa los
domingos o no. Es cuestión de conocer y respetar nuestra propia historia,
nuestra propia cultura.
Un estado laico, y me parece muy bien que lo sea, no
puede, en nombre del laicismo, arrasar con toda la riqueza cultural, tanto material como inmaterial, fruto del cristianismo. Porque nuestra cultura,
queramos o no, está impregnada de cristianismo.
La fe es una cosa. Los elementos culturales del cristianismo
otra. La fe en Jesús, como cualquier fe, debe ser respetada, eso es libertad de
religión. Los elementos culturales del cristianismo deben ser protegidos,
porque son patrimonio de todos, creyentes y no creyentes.
Confundir fe con cultura es incultura. Y tratar de
extirpar de la sociedad los elementos culturales de origen cristiano, triste
rencor, patética incapacidad de asumir y superar la historia.
En Lanuza ese grupo de vecinos lo tienen claro.
¡Ojalá haya más gente que lo tenga claro! Por el bien de todos.
Así llegó a estar el pueblo. Esta casa espera los permisos para ser reconstruida. |
Una calle del pueblo. |
Y otra, todavía con geranios. |
Callecita que sube a la iglesia. |
La torre de la iglesia aparece entre las casas. |
Está en un lugar alto del pueblo. |
La iglesia. |
El campanario. Eran casi las ocho y cuarto cuando hice la foto. Antes de cenar. |
El hotel donde estábamos hospedados. |
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