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Mirando atrás. Así era yo a los 8 años. |
Hoy, cuando miro atrás, veo qué lejos está aquel día.
Y rebobino, y aparecen personas muy queridas, paisajes entrañables, momentos
inolvidables.
He sufrido ¡quién no! y me sé vulnerable al
sufrimiento pero, quizá por eso mismo, he gozado mucho, muchísimo, y sé también
que tengo una inmensa capacidad de disfrutar, de vivir con plena conciencia de
lo hermoso de la vida.
Sé que he hecho cosas bien, y también sé que me he
equivocado muchas veces, he cometido errores, he andado por el filo del abismo…
A fin de cuentas, eso es vivir ¿no?
“¿Qué se siente al llegar a los 60?” me preguntó
alguien pocos minutos después de que empezara este domingo. Tranquilidad,
sosiego, libertad, contesté. Sí, eso es lo que siento.
La tranquilidad que me da el ver cómo van quedando
pocas cosas que realmente me importen, el sosiego que da el tener menos sitios
“donde poner el alma”. ¿Es que me estoy haciendo pasota? No, nunca lo he sido.
Creo que no. Lo que pasa es que me siento más libre.
Es como si se estuvieran destilando estos 60 años,
quedando la esencia. La vida cada vez más concentrada, más honda. La gente a la
quiero, que es mucha, mi fe, la fidelidad a lo que creo cierto y bueno, las montañas, la literatura…y poco más.
Leía el otro día
este breve poema de Juan Ramón Jiménez:
¡No corras, ve despacio,
que adonde tienes que ir es a ti solo!
¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, reciennacido
eterno,
no te puede seguir!
Y me vino como anillo al dedo. Descubrí que el poeta
me indicaba un camino que, sin saberlo, ya había tomado. No corro, no quiero
correr. Quiero que el niño reciennacido eterno, que me ha seguido toda la vida,
me alcance. Lleva toda la vida siguiéndome. ¡A veces he corrido tanto! Quiero
que me alcance y así, juntos, el reciennacido y el sexagenario, ser uno, cada
vez más hondo, más en paz, más libre.
Si realmente esto es envejecer, ¡bendita sea la
vejez!
De nuevo, muchas gracias.
NOTA: El texto de Juan Ramón Jiménez es de su libro Eternidades, publicado en 1918, poema 36.
NOTA: El texto de Juan Ramón Jiménez es de su libro Eternidades, publicado en 1918, poema 36.
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