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Hoy hace una semana, a estas horas... |
Un ser humano,
cualquier ser humano, es capaz de actuar del modo más vil, abyecto y repugnante
que podamos imaginar, a la vista está, pero también es capaz de ser tan grande,
de llegar tan alto, que justifica por sí solo y da sentido a la existencia del
hombre sobre la tierra.
Antoine Leiris
perdió a su mujer en los atentados de París del pasado viernes. La carta
abierta a los terroristas, que ha publicado en su facebook, es un monumento a
la dignidad del hombre, a la vida, a la libertad. Es, además, evangelio en
estado puro.
Emotiva,
desgarradora, son los adjetivos con los que se la ha calificado con más
frecuencia. Y cierto que lo es. Yo no sería capaz de leerla en voz alta, en
público, sin que se me quebrara la voz. Pero es mucho, muchísimo más que eso,
es el camino, el único camino que tenemos para salir del infierno en el que
estamos entrando.
No quiero yo
hablar más. Deseo compartir y, si queréis, que compartáis las palabras de este
hombre ante cuya inmensa grandeza de espíritu me inclino humildemente. ¡Que
Dios le bendiga!
No tendréis mi
odio. El viernes por la noche robasteis la vida de un ser excepcional, el amor
de mi vida, la madre de mi hijo, pero no obtendréis mi odio. No sé quiénes sois
ni lo quiero saber, sois almas muertas. Si ese Dios por el que matáis nos ha
hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en
su corazón. No os haré este regalo de odiaros. Vosotros lo habéis buscado y sin
embargo responder a vuestro odio con mi cólera sería ceder a la misma
ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois. Vosotros queréis que yo tenga
miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi
libertad por la seguridad. Habéis perdido. El mismo jugador sigue jugando
todavía.
La he visto
esta mañana. Por fin, después de noches y de días de espera. Estaba tan hermosa
como cuando se marchó el viernes por la noche, tan hermosa como cuando me
enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy
devastado por el dolor, os concedo esta pequeña victoria, pero esta durará
poco. Yo sé que ella nos acompañará cada día y que nos reencontraremos en ese
paraíso de las almas libres al cual no accederéis jamás.
Somos dos, mi
hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. No tengo
más tiempo para dedicaros, debo reunirme con Melvil, que se despierta de su
siesta. Tiene 17 meses apenas, va a tomar su merienda como todos los días,
después vamos a jugar como todos los días, y toda su vida este niño os hará la
ofensa de ser feliz y libre. No, tampoco tendréis su odio.
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