¿Que
qué pienso del autobús naranja, ese de los penes y las vulvas, ése que ha dado tanto que hablar estos días? Pues nada, que
es una solemne majadería, un despropósito. Ahora bien, tengo muy claro que es
la respuesta a un estímulo no menos majadero, la respuesta a otro despropósito.
Es
muy frecuente que a una imbecilidad respondamos con otra, a no ser que nuestra
categoría intelectual y moral esté muy por encima de los que han lanzado la
imbecilidad “estímulo”. Este no es el caso, desde luego. Por eso anda por ahí,
si le dejan, el autobús naranja, confundiendo sexualidad con genitalidad y olvidando que el órgano sexual por excelencia es el cerebro y que el cerebro humano es extraordinariamente complejo.
Y por otra parte pienso que se tiene que ser, por parte de nuestros gobernantes actuales, poco inteligente o tener muchas ganas de “tocar los cojones”, o ambas
cosas, para seguir urgando de un modo obsesivo, incluso obsceno, en la cuestión
sexual. Dicen, demagógicamente, que estas campañas y leyes “tocapelotas” son
por el bien de esas minorías que tanto sufren por su identidad u orientación
sexual, por evitar vidas desgraciadas, suicidios y demás calamidades.
¿Sabéis
lo que os digo? No me creo nada. Creo que realmente no les preocupan esos niños y
jóvenes a nadie; es una tapadera. Hay otras
prioridades de carácter político e ideológico ocultas y no reconocidas. Y son
esas inconfesables prioridades las que mueven campañas y legislaciones. Por
ambas partes.
Si a los que mandan ahora, de verdad les preocuparan esas personas diferentes en cuanto a su sexualidad,
les preocuparían también las que lo son en cuanto a lo cultural, a lo
psicológico, a lo intelectual, a lo social, a lo lingüístico, a lo ideológico…
Les preocuparía cualquier “personita” que por ser distinta es rechazada. Y
entonces no harían campañas, ni sacarías leyes específicas sobre cuestiones
exclusivamente sexuales, sino sobre la integración de todos los alumnos (y no
hace falta decir alumnas) sea cual sea su peculiaridad.
Y
dirán que sí, que lo hacen. Usarán ufanos la palabra inclusividad, tan de moda.
Pero no. Porque no está solo el niño que se siente niña, o la niña que se
siente niño; ni el afeminado o la niña demasiado viril; ni el adolescente que
descubre que le gusta su amigo. A ellos todo mi respeto y mi apoyo a su
libertad de ser ellos mismos. Pero no olvido a ese alumno brillante que se sabe solo
y oculta su capacidad. O al muy limitado que lo intenta y nunca llega. Tampoco a los niños que no les gusta el fútbol, ni falta que les hace, ni a las niñas que
juegan muy bien, y no pueden. Ni los de papás separados que se llevan a muerte. Ni a los que tienen perfiles psicológicos peculiares, intereses atípicos. Ni a los que viven en familias de una religiosidad muy honesta o a los que nada conocen de
eso o incluso han sido envenenados con prejuicios y mentiras. Tampoco olvido a los hay que
van a estar aquí, en Valencia, solo unos años y han de estudiar, sí o sí, en
una lengua que no es la suya y para poco les va a servir luego…
En
fin, diversidad, pluralidad. Y derecho a un lugar bajo el sol sea cual sea tu
forma de ser persona. Tu cultura, tu religión, tus rasgos psicológicos, tus
aficiones, tu capacidad intelectual, tu origen social, tu lengua, tu identidad
sexual…
Lo
que necesitamos es respetar al diferente. No sólo al sexualmente diferente,
sino a cualquier persona que sea diferente. También a los que son diferentes
lingüística o ideológicamente. Y aquí está, en la lengua y la ideología, la
piedra de toque que pone en evidencia a quienes estando ahora en el poder
hablan tanto de tolerencia, respeto, inclusividad pero ¡ojo! sólo en los ámbitos que
a ellos les interesa.
¿Por
qué no somos capaces de llegar a una sociedad de verdad plural, abierta y
respetuosa? Por eso, por esa incoherencia esencial, por esa interpretación simplona y maniquea de la realidad, no me creo nada de nada. No me creo ni a unos ni a otros.
En esta tierra por donde “cruza errante la sombra de Caín”* esto no es nuevo.
Estamos como siempre.
*Acertadísima frase de Antonio Machado en su poema Por tierras de España.
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