Testigos de un pasado que no volverá.
Escuchaba
ayer en la radio una entrevista a Alejandro López Andrada sobre su última
novela, El viento derruido, y no pude menos que sentirme en total comunión con
él, aún sin haberla leído todavía.
Sé
de pueblos muertos, de masías perdidas, de campos yermos, de caminos olvidados.
Es el progreso, dicen, pero como en otras muchas ocasiones, la palabra
progreso, en esto, también es equívoca, con significados confusos y
hasta claramente contradictorios.
El
mundo rural se descompone irremediablemente, y no son sus gentes los culpables.
La mayoría de las veces abandonan la tierra que les vio nacer en contra de su
voluntad y marchan a otra tierra donde echar raíces si no ellos, al menos sus
hijos. A ellos les queda ese desgarro íntimo de haber tenido que dejar ese
lugar en el mundo que les vio nacer.
Ellos
son víctimas de decisiones miopes y torpes, determinadas por criterios
estrictamente económicos y previsiones a muy corto plazo. Y por un profundo
desprecio a la naturaleza por muy ecologistas que se sientan quienes toman
estas decisiones.
Y la
solución no es el turismo rural, ni los parques naturales, ni los eventos
puntuales, ni los puentes y las vacaciones. Eso no va a impedir, por mucho que se
empeñen, que nuestro medio rural quede despoblado y perdido. Su destino es el
abandono y el olvido.
La
solución sería garantizar a la gente que vive en el campo el acceso a la educación y la sanidad en las mismas condiciones que disfrutan los que viven en entornos urbanos. Si en un pueblo los niños pueden ir al colegio hasta los 16 años y cuando hay
una urgencia sanitaria se responde con inmediatez, la creación de puestos de
trabajo vendría por añadidura. Mucha gente de las ciudades y de los pueblos
grandes regresaría a su tierra si se dieran estas condiciones, y los que aún aguantan allí, no
se marcharían.
La
LOGSE, entre sus muchísimos errores, tuvo el de asestar un golpe mortal al
mundo rural. Forzó a muchas familias a trasladarse al pueblo grande o a la
ciudad, donde estaba el instituto, con tal de evitar el internado o el viaje
diario en autobús del niño desde los 12 años. Yo he visto a un autobús escolar
parado en una carretera nevada esperando a que recogieran a los niños en varios vehículos todo
terreno para llevarlos a casa.
Por
otra parte, el sistema sanitario, en un país con una geografía y un clima como
el nuestro, debería garantizar que el acceso a un hospital, en caso de
urgencia, se diera en un tiempo mínimo se saliera de donde se saliera. No es
así. Nuestro sistema sanitario, muy bueno en muchos aspectos, no contempla el
mundo rural. Hay pueblos donde si tienes un infarto las posibilidades de llegar
con vida a un centro sanitario son casi nulas.
Y
lograr esto no sería ni tan caro ni tan difícil, creo yo. Es más cuestión de
voluntad y creatividad. Hay que querer de verdad preservar nuestro medio rural
y tener iniciativas creativas para hacerlo. Pero claro, para eso, es menester
salir del confort de nuestras ciudades y reconocernos dependientes del medio
ambiente al que ignoramos, aunque nos divirtamos en él.
No
podemos convertir la naturaleza en la que vivimos en un parque de atracciones donde
pasar bien nuestro tiempo libre, y a los habitantes de los pueblos en ciudadanos
de segunda. Y es lo que estamos haciendo. Y lo hacemos por un profundo y no
reconocido desprecio hacia el mundo rural y hacia esa naturaleza de la que, en definitiva, dependemos. Y lo
pagaremos. Estas cosas se pagan. Ya lo estamos pagando.
Leeré
el libro El viento derruido y os contaré.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario