Pensar
no es lo mismo que filosofar. Todos los seres humanos, de una u otra forma,
pensamos, pero no siempre que pensamos estamos haciendo filosofía. Y este es
muy probablemente uno de los grandes problemas que tenemos en nuestra sociedad.
Que no distinguimos cuando un pensamiento, incluso el nuestro propio, es
pensamiento sin más o es pensamiento filosófico. Y no están a la misma altura
el uno que el otro, no merecen el mismo crédito.
Esto
puede no ser importante cuando nuestro pensamiento y sus consecuencias quedan
circunscritos al ámbito doméstico, pero es de una importancia absoluta cuando
el pensamiento de quien piensa tiene influencia social, caso de los periodistas
y de los políticos. Pueden, y de hecho lo hacen, colarnos gato por liebre. Nos
venden como válidos, planteamientos basados en pensamientos de taberna o
chiringuito playero, y luego, si tienen el poder para hacerlo, son capaces de
legislar de acuerdo con ellos.
Sería
exigible en una sociedad ideal que periodistas y políticos se atuvieran a unos
principios básicos antes de hacer públicos sus pensamientos en forma de noticia
o de decreto. Porque influyen en la vida cotidiana de millones de personas.
¿Cuáles
serían estos principios básicos? Cuatro, con cuatro sería suficiente.
El
primero es que el pensamiento ha de ser radical. Es decir, debe abordar el
asunto desde sus raíces, desde sus orígenes. Y ahí, el conocimiento de la
historia y la sociología, por ejemplo, serían imprescindibles.
El
segundo es que el pensamiento ha de desarrollarse sobre conceptos claros. El
pensamiento es lenguaje y cada palabra que utilizamos debe tener un significado
claro y preciso.
El
tercero es que el pensamiento debe descubrir supuestos, quizá desconocidos, servidumbres
a menudo ocultas. Debe evidenciar posibles contradicciones en las premisas
sobre las que se elabora y una vez descubiertas, evitarlas.
El
cuarto es que el pensamiento debe conocer los efectos que de la práctica
derivada de él se producirían. Debe prevenir consecuencias indeseables,
replanteando todo el proceso que conduciría a ellas, en caso que fuese
necesario, analizando de nuevo la cuestión desde sus raíces.
Un
pensamiento que tuviera en cuenta estas premisas sería un pensamiento
“filosófico”, un pensamiento de fiar. Y tengo muy claro que gran parte de los
profesionales de nuestros medios de comunicación y de nuestros políticos
incumplen estos principios. Unos por pura ignorancia, otros por mala fe.
Si
queréis un ejemplo, analizad el hecho de interpretar la vida política en
nuestro país desde el planteamiento de una sociedad dividida en derechas e izquierdas. Aplicad sobre
él las cuatro premisas. El resultado es claro. El pensamiento que subyace a este planteamiento no resiste un análisis serio que, por serlo, debería ser riguroso, sino a un
pensamiento “de taberna” que tiene derecho a existir, pero que no puede ni
debe determinar, ni de lejos, la organización social y la vida de millones de
personas.
Y es
que la gente que gestiona la información y lo público deberían ser primero que
todo, “filósofos”. Eso nos protegería, al menos parcialmente, de majaderías y
desmanes. Sobre esto se ha escrito mucho en la historia de la filosofía.
Si
queréis profundizar en estas cuestiones, teclead en google:
Meditaciones
de Marco Aurelio.
República
de Platón.
Contrato
social, Rousseau.
Y
navegad sin miedo a los piratas.
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