El
pasado 27 de julio fue un día muy especial para mí. La ascensión al Tozal de
Igüerra, de 1956 metros, humilde montaña del valle de Gistaín, era mi ascensión
3000, contando solo las de Pirineos y Alpes, sin que ello suponga el más mínimo
desprecio por las montañas valencianas que tanto estimo también y por las que
hoy, con esta ola de calor, estoy preocupado.
Fue la
primera el Puigmal, el 20 de julio de 1975, en un viaje familiar a Nuria. La
subí con mi hermano sin saber muy bien a dónde iba. Tenía 19 años. Y no sé por
qué, empecé a anotar escrupulosamente, primero a mano y luego ya en el
ordenador, todas las que desde entonces fui ascendiendo, consignando la altura,
la fecha, el tipo de ascensión (montaña, esquí, raquetas, escalada), y las
personas con las que iba.
Hoy es
una impresionante base de datos, en Access, que tiene la capacidad de encender
la nostalgia por una parte, y las ganas de volver a aquellas tierras por otra,
y además me facilita encontrar las miles de fotografías que he ido haciendo a
lo largo de los años, pues están enlazadas a ella.
Subí
con Isabel y nuestro amigo José Luis. La llegada a la cumbre, bajo un cielo
gris y con viento frío, ante un panorama impresionante hacia los cuatro puntos
cardinales, fue, como no podía ser menos, muy emotiva, como otros momentos que
tuvo el día.
¿El
sentimiento principal? La gratitud. A Isabel que me ha acompañado siempre, a
veces hasta la cima, otras desde el valle; que nunca me ha quitado la libertad
de ir y venir por los montes mostrándome así un inmenso respeto y una gran
confianza; que incluso en los momentos duros y difíciles, que los ha habido, me
ha animado e impulsado a permanecer fiel a mi vocación montañera.
A José
Luis, y con él a tantos amigos con los que he sido, hemos sido felices en las
montañas a lo largo del tiempo que he tardado en llegar a mi cima 3000. También
a ellos les estoy profundamente agradecido. Por acompañarme, por entenderme,
por respetarme, por perdonarme esos defectos que todos tenemos y que en la
montaña suelen verse más claros.
A
ellas, las montañas, que han sido para mí una lección de vida, una fiesta, un
refugio, una filosofía, un lugar de reposo, de encuentro conmigo mismo, con los
otros y con Dios.
Y a
Dios mismo, que de una forma que nunca acabo de entender plenamente, pero que
con el paso del tiempo veo cada día con más claridad, ha estado muy cerca de
mí, mucho más de lo que puedo imaginar, en todas y cada una de las ascensiones,
y en algunas de un modo que no sabría explicar… Si es cierto que las montañas
son el lugar natural de encuentro del hombre con la divinidad en todas las
culturas, puedo decir que eso en mi vida ha sido verdad. ¡Cuántas veces, en una
cima, me han venido a la mente las palabras de Pedro en el monte Tabor! Señor,
por qué no hacemos tres tiendas…
También
recordé a todos aquellos con los que gocé en las montañas y no están ya entre
nosotros. A mis padres, que me enseñaron a amar la naturaleza y me llevaron de
niño a los Pirineos, que me dejaron deslumbrado. A esos amigos que ya hicieron
su última ascensión…
Sí,
fue un día muy especial, al que puso el broche de oro una entrañable eucaristía
celebrada por José Luis en la iglesia de Bielsa, y unos dulces con velita de “cumplecimas”
tras la cena en el hotel, con cava, como no podía ser menos.
Tres
mil cimas. Toda una vida.
Comparto
a continuación, no sin cierto rubor por lo halagadora, la “versión” de aquel
día que nuestro amigo José Luis publicó en su blog Umbral de Zona.
Hoy he
subido, acompañando a mis dos amigos, Isabel y Jesús, a la cima del tozal de
Iguerra, en el valle de Gistain, y que hace la cumbre número tres mil que mi
amigo Jesús ha alcanzado y que comenzó
siendo un adolescente. Su primera gran cima fue la del potente Puigmal
que ascendió con su hermano desde el valle de Nuria y casi sin enterarse. Las
ha sabido contabilizar desde el principio y una a una, y sólo cuenta las
cumbres a las que ha subido en Pirineos o en Chamonix. No computa las muchas
ascensiones que ha hecho en las montañas de la Comunidad Valenciana.
Ha
elegido para llegar a ese número casi imposible para muchos de nosotros
(acomodados más bien a nuestros sofás) una montaña de fácil acceso, pero
magníficamente situada y la ha escogido en atención a nosotros, su esposa y yo,
ahora ya nada expertos. La perspectiva que contemplábamos en su cumbre es
soberbia: los macizos del Cotiella, -desnudos gigantes de roca caliza-, la
lejana cara norte de la Peña Montañesa, el altivo macizo del Posets y los
Eriste, el collado de la Cruz de Guardia, las vertiginosas paredes del Maristás
y al fondo, todo el valle de Gistain con sus verdes laderas pobladas de bordas.
Mi amigo Jesús es toda una maquina preparada para andar en la montaña: su aspecto es de uno de esos “sherpas” del Himalaya, enjuto y todo músculo, y sus piernas parecen poseer un motorcito que automáticamente se echa a subir cuestas. Sin embargo, creo que lo que ha desarrollado más es su mente y su corazón: cada vez él mira más esta sociedad con clarividencia; sabe colocar sus ojos y sus oídos en lo que importa y su alma es más generosa y más abierta en la amistad: un gran tesoro del que disfrutamos todos su amigos.
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