Por
fin, ahora sí, parece que voy a retomar el blog con normalidad; los altos
riscos me han tenido ocupado, prácticamente, durante todo el verano. Y lo hago
compartiendo la alegría que me produjo ayer por la tarde mi primera visita a
los montes que tenemos cerca de casa, las montañas “Zerkadekasha”, podríamos
llamarlas.
Este
año no estaban agostadas. Los pinares, de un verde intenso y sano, se
recortaban contra el cielo azul. El romero, esplendido, decoraba las laderas.
Las higueras silvestres regalaban sus higos a quien quisiera cogerlos. Había
charcos, y humedad en las umbrías…
No
parecía que estuviéramos a finales de agosto excepto por el calor rotundo que
me acompañó hasta el atardecer. Además, la perspectiva de una semana lluviosa
me alegra más todavía, y me tranquiliza no poco.
Cierto
es que hemos de lamentar el desastre de Azuébar, en la sierra de Espadán, que
se ha llevado por delante unos parajes preciosos con algunos rincones idílicos
que ya no podremos disfrutar. Por eso, por el miedo a desastres como este, me
alegra más todavía que haya llovido y que vuelva a hacerlo pronto.
¡Y que
pase pronto el verano! Aunque bien pensado el verano es, después de todo,
inocente. Los culpables somos nosotros por no cuidar, como es debido, la
naturaleza en la que vivimos y de la que formamos parte, aunque no caigamos en
la cuenta de ello.
Pues
eso, ¡que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva!...
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