Es una
montaña humilde, frecuentada por los sarrios, de poco más de 2000 metros, de
esas que casi nadie sube nunca. Yo, quizá por eso, y porque su cima ofrece un
espectáculo maravilloso, le tengo un cariño especial. Además tiene un secreto
que no lo es para quien la conoce.
En lo
más alto, y como contemplando el inmenso panorama, hay siempre, en verano, un
puñadito de edelweiss. En las montañas que la rodean, más altas, ya no las hay;
quizá las hubo en otros tiempos, siendo esta la prueba de que por allí no pasa
nadie.
Sin
nombre conocido, sin altura significativa, sin senderos de acceso, sin
dificultades “motivadoras”, ignorada y despreciada, es para mí, siempre que
ando por aquel valle, lugar de reposo y contemplación. Y si voy en verano, me
gusta sentarme recostado en la mochila, junto a las flores de nieve, y allí
dejarme envolver por la paz, el silencio, la soledad buscada y la belleza.
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