Andaba
yo este verano por uno de los valles altos de Bielsa, el de Pinarra
concretamente, camino a una de las cimas de la zona que más me gusta. No había
amanecido aún, y con el frío y la luz
incierta de esas horas, solo y en silencio, iba ganando altura por el sendero
hacia el collado donde debía tomar la cresta para alcanzar la montaña del día.
El
collado del que hablo es una estrecha brecha que da paso a la vertiente norte,
la “belle France”. Y justo cuando lo franqueaba, unos ladridos me alertaron de
que en los pastos próximos había un rebaño de ovejas. En efecto, dos mastines
me habían visto y venían ladrando hacia mí.
Regresé
raudo a la vertiente sur, de donde venía, esperando que con el aviso tuvieran
suficiente. El problema era que por allí había un tramo, desconocido para mí,
antes de llegar a la zona de trepa; siempre había ido por la vertiente norte,
más fácil, pero dadas las circunstancias busqué cómo pasar por allí y lo logré,
caminando con cuidado por una estrecha cornisa.
Y
cuando me faltaba poco para alcanzar la chimenea por la que tenía que ascender,
para mi sorpresa, vi como uno de los mastines había llegado al collado y venía
hacia mí por la cornisa.
No era
cuestión de echar a correr por allí, pues me habría alcanzado él a mí antes de
que yo llegara a poder empezar a trepar; así que me quedé quietecito pensando,
sea lo que Dios quiera, ¡qué le voy a hacer!
Pero
la verdad es que no tuve demasiado tiempo de asustarme, porque pronto intuí que
el animalito no tenía malas intenciones. Venía moviendo el rabo, calladito y
sin correr, y en cuanto llegó a mí, acercó su enorme cabezota a mis piernas y
empezó a hacerme carantoñas a las que yo respondí acariciándole el lomo, el
cuello y la cabeza.
No
hacía mucho que el sol iluminaba las montañas, y me vi a mí mismo, en aquella
estrecha cornisa, con mi mochila y mi bastón, acariciando a un mastín mientras nacía
un nuevo día. Me pareció una escena preciosa.
Relajado
y contento por el desenlace de la historia, me despedí del amable chucho, capaz
de enfrentarse a un oso o a una manada de lobos por defender a su rebaño,
diciéndole en francés “allez, allez chuché;
très
heureux de te connaître”, pero él se quedó allí, viendo como alcanzaba la
chimenea y empezaba a trepar por ella. Un momento después, ya desde la cresta,
vi cómo volvía a su trabajo.
Encuentro inesperado, un punto inquietante y con un final feliz.
Vertiente sur. |
Vertiente norte. |
La brecha. |
El rebaño. |
La montaña. Pic de Morioules de 2563 metros. |
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