Vengo
observando desde hace ya tiempo cómo en los medios de comunicación utilizan
cada vez más la palabra progresistas en vez de izquierdas. Esto ha sido así
siempre, pero últimamente percibo un claro incremento de esta mentira.
No
hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que no es casualidad, y
mucho menos en esta campaña electoral anticipada que ya vivimos. No es más que una forma sutil pero eficaz de manipulación del voto. Y hay que caer en la cuenta de ello.
Si
hablamos de derechas e izquierdas, otra mentira, la mitad de la población,
palmo arriba, palmo abajo, se identifica con unas o con otras. Sin embargo, si
hablamos de progresistas o conservadores (o fascistas, según algunos) la gran
mayoría se declara progresista, ¡cómo no!
Estas mentiras están asumidas como paradigmas indiscutibles, y como tal la prensa, la radio y la
televisión, afines a las supuestas fuerzas progresistas, lo utilizan
continuamente como si de una verdad se tratara. Con la mayor naturalidad del
mundo.
Una
mentira mil veces repetida se convierte en verdad, sobre todo si la capacidad
crítica de aquellos a quienes va dirigida esa mentira es escasa o nula. Y si a
la mentira le añadimos un lenguaje adecuado, verdades a medias, connotaciones emocionales y la
posible resurrección de viejos fantasmas, la estafa está servida.
Porque
esa identificación de las llamadas izquierdas con el progreso es una estafa de dimensiones
colosales por varios motivos.
Primero
porque no existen en realidad derechas e izquierdas hoy en día, sino buenos y
malos gestores. En segundo lugar, porque el progreso al que se refieren no está
definido en ningún sitio. Y finalmente porque el verdadero progreso solo sale
del consenso entre los partidos que representan a la inmensa mayoría, no a una
mitad que para poder serlo se apoya en minorías cuyos objetivos están muy lejos
de los de esa mayoría, o son incluso contrarios.
Sería
bueno, muy bueno, que alguien explicara qué entienden por progreso en
educación, en medio ambiente, en sanidad, en cultura, en justicia social, en
cohesión territorial, en libertad de expresión…
Que lo
explicaran sin mentiras. Casi cualquiera que trabaje en educación sabe que no
hay progreso, hay un deterioro imparable, igual que en medio ambiente o en
sanidad. La cultura, cada vez más manipulada. La justicia social, más fachada
que otra cosa, y de la cohesión territorial, mejor no hablar.
Y de
la libertad de expresión, ¿qué? ¡Cuántos “demócratas progresistas” me despreciarían
o insultarían por leer estas líneas!
Donde
sí podemos hablar de progreso es en ámbitos en los que la inmensa mayoría está
de acuerdo, ámbitos que no son patrimonio, aunque se lo quieran apropiar, de
los autodenominados progresistas. Como la igualdad entre hombres y mujeres, la
lucha contra la violencia de género o el acoso escolar, o el respeto y la debida promoción de todas las lenguas del país.
No
caigamos en esta trampa que no es más que una adulteración de la democracia y
una manipulación de la sociedad, detenidamente planificada, que en modo alguno nos lleva al verdadero
progreso.
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