Muchas
veces no caemos en la cuenta de la riqueza que supone para todos la vida animal
en nuestros montes. No hace falta ver reportajes o viajar lejos para
disfrutarla. Solo hay que adentrarse en ellos sin prisa, en silencio,
discretamente vestido, y tener los ojos bien abiertos.
Un día de estos, en una excursión por la sierra con un amigo, empezamos por tropezarnos
con una bonita araña que había construido su tela justo en el sendero, a la
altura del pecho. Ciertamente que podía haberme picado, y aunque no es venenosa
la picadura duele pero, por esa experiencia que te da las muchas horas de monte,
la evité incluso antes de verla. Se dejó fotografiar sin más problemas.
Al
rato, un cuervo, en lo alto de una roca oteaba el horizonte que amenazaba
lluvia. Su silueta negra se recortaba en el cielo gris creando una imagen
hermosa e inquietante. También posó para nosotros
Después,
por el pinar oíamos y vimos un mirlo que barruntaba agua, aunque se quedó esperándola
igual que nosotros. Me decía mi amigo, que sabe mucho de animales, que a estos
pájaros les encantan los días oscuros y borrascosos. Como a nosotros,
concluimos.
Ya
cayendo la tarde, una pareja de halcones nos deleitó con su vuelo rápido y elegante
frente a la pared rocosa donde tienen su nido. Despedían la jornada. Sus
gañidos era el único sonido que se oía en el crepúsculo gris.
Y finalmente, ya de noche, contemplamos una
hermosa gineta que rápidamente se perdió en la vegetación que bordeaba el
camino.
Ni el
mirlo, ni los halcones, ni la gineta pudimos fotografiar, pues uno se escondió
raudo en la espesura, los otros volaban alto y la otra fue muy rápida, y además
era de noche.
Pero no
hace falta fotografiarlo todo. Nuestros ojos y la memoria hacen también buenas
e íntimas fotografías. Y te las llevas a casa, y duermes con ellas… Con ese
regalo que tan gratuitamente te ha dado la naturaleza.
236 litros en 394 días.
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