Tiene
el profeta Ezequiel un cántico que se lee en el rezo de laudes el sábado de la
IV semana del salterio, que siempre me ha gustado por muchos motivos. Y aunque
hoy, por ser san Lucas no se ha leído, lo comparto con su permiso. Nunca es
malo compartir la palabra de Dios.
Derramaré
sobre vosotros un agua pura
que os
purificará:
de
todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he
de purificar;
y os
daré un corazón nuevo,
y os
infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré
de vuestra carne el corazón de piedra,
y os
daré un corazón de carne.
Ez.
36,25-26.
Me
gusta, como he dicho, por muchos motivos. Aparte de que en el aspecto formal es
muy bonito, me impresiona la decisión inquebrantable de Dios que se ve muy
claramente por medio del profeta Ezequiel.
Decisión
de salvarnos de todo lo que nos hace daño, de todo lo que nos quita la
libertad, la paz, la alegría… Nuestras inmundicias, nuestras idolatrías,
nuestro corazón de piedra. Ese “os he de purificar”, es una decisión tomada.
Ese “arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra” es el aviso de quien está
decidido a hacerlo.
Es un
texto que siempre me ha trasmitido esperanza y tranquilidad, porque aunque sé
que yo no puedo limpiar mis inmundicias, renegar de mis idolatrías, quitarme
ese corazón de piedra que tanto daño me hace y hace, Él está dispuesto a
hacerlo, quiere hacerlo. Solo tengo que dejar que lo haga. Y lo hará, sé que lo
hará.
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