FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

jueves, 23 de octubre de 2025

La niña chica. Platero yo.

Muy a menudo la naturaleza y la literatura se encuentran. Al menos a mí me pasa con mucha frecuencia. Leyendo me traslado al cielo abierto, al campo libre, a las montañas… Y allí, a tantas y tantas lecturas que se han quedado en mí como los paisajes, hasta el punto de no saber muy bien, a veces, si lo he leído o lo he visto. En cualquier caso lo he vivido.

Esto me pasó ayer gozando del impresionante y bellísimo crepúsculo por los montes de Casinos. Me vino a la mente el capítulo 81 de Platero y yo titulado La niña chica, en el que escribe Juan Ramón Jiménez "¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Setiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba".

No es septiembre, es octubre, pero pude decir yo también ayer qué lujo ha puesto Dios en esta tarde. Afortunadamente no había ningún entierro, pero la belleza de la tarde era la misma que aquella de la que habla Juan Ramón Jiménez.

Y este es el capítulo, precioso, lleno de una emoción contenida, perfecto, que ahora comparto.

 

La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa:—¡Platero, Plateriiillo!—, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.

Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos: o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre:—¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!

En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: ¡Plateriiillo!... Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!

¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Setiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.

 

Es muy clarito el texto. Describe muy bien y con pocas palabras la bonita relación entre la niña y el burrito. La de la enfermedad que la lleva a la muerte es magistral: la cuna blanca, el río que va a parar a la mar…, el delirio de la niña, la casa oscura y llena de suspiros…

Y por fin la belleza de la tarde, el lujo puesto por Dios en el ocaso abierto camino de la gloria, las campanas. Queda atrás la casa oscura, la voz triste y débil de la niña, los suspiros…

Pero el poeta, afectado por la muerte de la niña, solo y mustio, huyendo de los hombres, se retira con Platero a pensar. Así acaba.












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