FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

viernes, 10 de octubre de 2025

Era la cruz del Aneto, elevándose sobre el valle.

 

Son muchos los acontecimientos que de diversas maneras han enlazado mi vida con la cruz del Aneto. Desde mi primera ascensión, solo, el 20 de julio de 1984, hasta el 23 de agosto en el que tuve el honor con Isabel y mi amigo José Ángel, de llevarla a hombros por  Benasque tras su restauración, he vivido alrededor de ella increíbles “casualidades”.

La cruz, que debían haber subido a la cima en helicóptero ya el verano pasado, tras su traslado solemne desde el pueblo al hangar del cuartel de la Guardia Civil de montaña siguió en allí, pues hasta agosto de este año no encontraron el momento idóneo para subirla. Volvió a estar expuesta este verano en el palacio de los Condes de la Ribagorza a donde fuimos de nuevo a visitarla.

Y sucedió que el día 6 de agosto salí muy temprano, aún de noche, a hacer una ruta por el macizo de la Maladeta entrándole por La Renclusa y Paderna. Caminaba por la carreterita del Hospital a La Besurta, cerrada al tráfico, cuando me sorprendió ver pasar a dos turismos a esas horas. Poco después un camioncito con una pequeña grúa y al momento dos coches de la Guardia Civil de montaña. Seguí caminando y pronto el camión regresó. Clareaba.

Pensé en algún grave accidente, aunque lo del camión no me encajaba. Al poco rato llegué al prado que hay bajo mismo de La Besurta donde vi a los ocupantes de los turismos y a la Guardia Civil charlando amigablemente. Descarté el accidente, pero ¿qué hacían allí?

Saludé, ¡buenos días! y seguí mi camino. Y entonces, no sé por qué, se me ocurrió cambiar la ruta y dirigirme hacia el Port de la Picada para subir a algunas montañas de la zona, que sabía solitarias y con inmensos panoramas. El motivo de ese cambio repentino será siempre un misterio.

Empezaba a subir por el sendero cuando el sol ya iluminaba las cumbres descendiendo hacia los valles. Vi entonces llegar al helicóptero de la Guardia Civil. Recogió a dos o tres personas y volvió a ascender.

Intrigado me detuve y me dispuse a ver de qué iba todo aquello. Estaba justo encima de ellos, en la ladera de la montaña. Al poco rato volvió y empezó a hacer unos movimientos extraños sobre el prado. Y entonces vino la sorpresa. Cuando se elevó de nuevo vi que llevaba algo colgado de un cable. ¿Qué era? Me fije y la vi. Era la cruz del Aneto que iban a devolver a la cima después de su restauración. No me lo podía creer. Aún no me lo creo. Otra “casualidad”. Contemplé feliz, sintiéndome indigno de tal honor, como cuando la llevé a hombros por el pueblo, cómo se elevaba sobre el valle y los bosques, cómo se recortaba contra el cielo, rumbo a la cima.

Si hubiera hecho la ruta prevista no hubiera visto nada de nada.

Llamé a Isabel y se lo dije, y ella a José Mari, nuestro amigo del hotel Ciria quien a su vez lo comunicó a un periodista, pues el día y la hora en que la subirían se habían mantenido en absoluto secreto y la noticia era una primicia.

Otra “casualidad”, sí, como cuando también por “casualidad” subí a la cima el día en que se celebraba el 150 aniversario de su conquista con una eucaristía a la que llegué puntual sin haberlo previsto, y puede comulgar allá arriba, a 3404 metros, a los pies de la cruz.

“Casualidades”, acontecimientos vitales que encuentran allí, en el límite de la tierra de los hombres, hondos significados. Por todo esto y mucho más, no es para mí, nunca lo ha sido, subir al Aneto un logro deportivo. Ni al Aneto ni a ninguna otra montaña.

Y esa cruz a la que me unen tantas y tan ricas y profundas experiencias, ha formado parte de nuestra vida desde hace ya mucho tiempo, porque también es la primera cima pirenaica de Isabel. Junto a ella se encontró con la alta montaña a la que ya amaba antes de conocerme a mí.

Y esas experiencias son vivencias que resuenan en el silencio de las cumbres, en ese silencio solemne que solo en ellas encuentro. Allí, el silencio, habla.


El sol ya iluminaba el macizo de La Maladeta.

Hacia el este, más en sombra, destacaba La Forcanada

Y hacia el oeste Posets y Perdiguero ya bañados por el sol.

La cruz sobrevolando el bosque.

Hay que saber pilotar un helicóptero para elevar la cruz...

que se recorta contra el cielo azul.

Cada vez más arriba, hacia la cumbre más alta del Pirineo.

Un rato después la vi ya en la cima.

Y con el zoom de la cámara la vi otra vez donde había estado desde el 12 de agosto de 1951.


NOTA: En el blog hay más entradas referidas a la cruz del Aneto. Para leerlas no hay más que teclear en el buscador del blog, versión web, las palabras cruz Aneto.

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