FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La oveja perdida.

En este paraje, a más 2400 metros nos encontramos una oveja con dos corderitos.
En cuanto nos vieron se alejaron de nosotros.
No había ni pastor ni rebaño alguno por la zona.
Los corderitos no se alejaban en ningún momento de su madre.

Repasando las fotos de este pasado verano me llamaron la atención éstas que tenéis aquí. Son unas bonitas imágenes de una oveja con sus dos corderitos, casi recién nacidos. Bien podrían servir para un spot publicitario de éstos dulces, tiernos y amorosos. Pero la realidad de la fotografía es bien distinta.
La historia es la siguiente. Bajábamos del Bisaurín por su cara norte , Vicente, Miguel Ángel, Alex y yo. Llegando a la cima del Puntal de Secus Norte, montaña solitaria, árida y muy poco frecuentada, nos encontramos con la oveja y sus dos retoños que no se separaban ni un metro de su madre. Estaban solos a más de 2400 metros. Por allí no había ningún rebaño, tan sólo un grupo de sarrios. Soledad en una región solitaria, silencio, horizontes inmensos, luz de tarde que teñía el momento de una cierta desolación…
Al vernos llegar desaparecieron montaña abajo, aunque luego vimos que se habían escondido entre unas rocas cercanas. No bajaban, ni parecían tener intención de hacerlo. Estaban perdidas y se refugiaban en la altitud y en la soledad. Allí se quedaron. Nosotros seguimos descendiendo.
Mucho tiempo después, y muchos metros más abajo, andando ya por el sendero que nos llevaría al refugio de Gabardito, nos encontramos con un pastor que subía. Entablamos agradable conversación y le dijimos lo que habíamos visto. Se interesó, nos pidió detalles y cuando ya lo tuvo claro, sentenció, con la seguridad de quien está en su tierra y la conoce a fondo: ¡lástima, serán pasto de las águilas!
Sí, casi con seguridad, antes de que el pastor con sus perros puedan encontrar a la oveja perdida y a sus corderitos, las leyes implacables de la montaña, de la naturaleza, ejecutarán la sentencia que había pronunciado el pastor.
Luego nos explicó que no había sido el primer caso. Los pastores permiten que las ovejas se apareen para que el parto se produzca a principios de otoño, cuando ya están estabuladas, pero este año se había escapado un macho que parece ser “había montado la fiesta por su cuenta” antes de tiempo.
Nosotros seguimos bajando, el pastor subiendo hacia su cabaña, junto a la cual, agrupado en el redil, seguro y protegido, estaba su rebaño. Pronto caería la noche, quizá la última noche de aquellos corderitos, noche que pasarían pegados a su madre, buscando calor en el frío recio de las cumbres.
Pero, en alguna oquedad de aquellas inmensas y salvajes paredes, un aguilucho crecerá, se hará fuerte y un día surcará el aire frío de las montañas, y gozaremos de su vuelo elegante, de su hermosa silueta recortada contra el cielo limpio y azul del Pirineo.

El vuelo del águila justificará y dará pleno sentido a la existencia breve y humilde de los corderitos. Es el magnífico, duro y ciego juego de la vida. Sin ñoñerías, sin tonterías. Así es. Es lo que es.

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