En muchísimas situaciones sería necesaria esta señal.
Estábamos este
verano comiendo Isabel y yo en Hecho, en el bar Subordán, del que ya he hablado
en este blog (entrada del 1 de septiembre de 2013) cuando en una mesa próxima a
la nuestra se sentaron un padre con sus
dos hijos. El menor tendría unos 7 u 8 años y el mayor 15 o 16.
De entrada
observamos que faltaba el elemento femenino. Eso siempre me da un poco de pena
si la causa del tal ausencia es trabajo, separación o fallecimiento. Distintos
grados y modos de pena, pero pena al fin y al cabo. Pero esto es harina de otro
costal. De lo que voy a hablar es de lo que sucedió después.
Tras hojear la
carta, pidieron la comida a Arturo y a renglón seguido, ambos retoños, sacaron
sus móviles y se enfrascaron en ellos. El padre, miraba a ninguna parte. No
había comunicación alguna entre ellos. Luego, cuando llegó la comida la engulleron, mientras seguían en el móvil, y finalmente, ya hacia el postre, el padre sacó
también el suyo…y se hundió en él, como sus hijos. Pagaron y se fueron,
pendientes los tres del aparatito. No les vimos cruzar más que algún que otro
monosílabo.
Nos pareció la
situación triste, tristísima y lo que en ella acontecía terriblemente absurdo. Y
no pude evitar el contraste entre aquello y las inolvidables tertulias que en
esas mismas mesas hemos tenido tantas veces, celebrando la ruta del día,
preparando la próxima, recordando aventuras pasadas, siempre hablando desde lo
hondo, cara a cara, gozando de la compañía real de mucha gente.
¿Somos
conscientes los adultos, educadores y no educadores, de las consecuencias
profundas que está teniendo el uso del móvil en nuestros niños, en nuestros
jóvenes y en nosotros mismos?¿Somos conscientes de que muchas de estas
consecuencias son gravemente perjudiciales?¿Somos conscientes de que cuando
vayamos a darnos cuenta puede ser ya tarde para reconducir muchos
comportamientos?¿Somos conscientes de lo que nos estamos perdiendo por culpa
del mal uso de estos artilugios?
Para mí, tan
importante es el esfuerzo por llegar a la cima y la intensa satisfacción de
alcanzarla, como la “charraeta” junto al fuego en la montaña, o en el barete
del pueblo. En esas conversaciones, junto al “sopinstant”, o ante a unos huevos fritos con patatas o un chuletón de ternera
con buen vino, café y copa, lo ya hecho
alcanza su plenitud, y lo que está por hacer va tomando forma, casi como toma
forma la obra de arte en manos del artista.
En esos
momentos, como en otros tantos, (un padre comiendo con sus hijos, por ejemplo) un
maldito móvil está de sobra, como no sea, en nuestro caso, para consultar el
parte meteorológico; dos minutos no más y cerrarlo.
Como en otros
aspectos, la tecnología va muy por delante de nuestra capacidad de utilizarla
adecuadamente. Y eso, siempre se paga.
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