Día grande para la lengua española, día grande para la literatura. El día en que, hace 400 años, don Miguel de Cervantes y Saavedra, discreta y humildemente, pasó de aquí a la eternidad.
He decidido, en este particular Día del Libro, homenajearle guardando respetuoso silencio. Nada voy a escribir. Ya habrá tiempo. Voy a dejarle hablar a él compartiendo tres breves y bellísimos textos del Quijote.
El más que conocido principio. Capítulo I de la primera parte.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.
El triste momento de la derrota. Capítulo XLIII de la segunda parte.
Fue luego sobre él y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
-Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dio:
-Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.
La conmovedora conversación entre Sancho y don Quijote en su lecho de muerte. Capítulo LI de la segunda parte.
Y volviéndose a Sancho le dijo:
-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
-¡Ay!, -respondió Sancho llorando-.No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores…
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