He
encontrado en la red esta frase de María Montessori. La comparto porque pienso
que tiene toda la razón del mundo aunque sé que mucha gente no estará de
acuerdo con ella.
Muchas
veces he dicho que no soy competitivo y que la única competencia, competición
que acepto es la que hago “contra” mí mismo. Ser mejor que otro, en el ámbito
que sea, me importa un bledo. Y esto no significa que me parezca mal la
competición en el deporte o en los juegos, siempre y cuando sea honesta y no el
sentido de una vida, pero aún así no va conmigo.
Lo que
sí me parece mal, muy mal, es dedicar la vida, y a cualquier precio, a ser el
mejor, el más fuerte, el más listo, el más rico, el más famoso, el más
poderoso, el más guapo, el que la tiene más… Esto corrompe las relaciones
humanas porque cifra la felicidad en conseguir quedar por encima de mis
semejantes sobre los que trepo. Además, si ese es todo el sentido de una
existencia, será bien pobre y muy triste.
También
pienso que, como dice la ilustre pedagoga, sembrar el espíritu competitivo en
el alma de los niños no es educar para la paz. Es enseñarles que el otro es un
competidor, un rival, y a la postre, si en el triunfo sobre los demás está el
sentido de mi vida, un enemigo.
Es lo
que pienso. Pensemos en los acontecimientos terribles que nos está tocando
vivir. Quizá podamos aprender algo para hacer de este un mundo mejor. Ahora
toca aguantar las consecuencias de nuestros errores.
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